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Oración de la Santa Cruz
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Recuerdo de san Ireneo (+ 202), obispo de Lyon y mártir. Fue desde Anatolia hasta Francia para predicar el Evangelio. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración de la Santa Cruz
Viernes 28 de junio

Recuerdo de san Ireneo (+ 202), obispo de Lyon y mártir. Fue desde Anatolia hasta Francia para predicar el Evangelio.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 8,1-4

Cuando bajó del monte, fue siguiéndole una gran muchedumbre. En esto, un leproso se acercó y se postró ante él, diciendo: ?Señor, si quieres puedes limpiarme.? El extendió la mano, le tocó y dijo: ?Quiero, queda limpio.? Y al instante quedó limpio de su lepra. Y Jesús le dice: ?Mira, no se los digas a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús acaba de pronunciar el discurso de la montaña, ante una gran muchedumbre. Ha llamado bienaventurados a los pobres, a los afligidos, a los humildes y a los que tienen hambre y sed de justicia. Y del mismo modo que Moisés bajó del monte, ahora Jesús baja de la montaña con las tablas de la ley. Y ante la ley del amor que Jesús acaba de proclamar se presenta un leproso. Es un hombre al que la ley había mantenido aislado por su enfermedad y por su impureza, que se consideraba contagiosa. "Señor, si quieres puedes limpiarme." Es una oración sencilla, pero llena de fe: "Si quieres". Jesús, que más adelante dirá a los discípulos "llamad y se os abrirá", abre rápidamente la puerta de su misericordia, tiende su mano, toca al leproso y le habla. Y la lepra desaparece. A Jesús no le da miedo estar con aquel enfermo: se ocupa de él, lo toca y le dice palabras cariñosas. Así lo cura. Jesús -que va más allá de las disposiciones rituales- enseña a los discípulos cómo estar con quien lo necesita, cómo ocuparse de él. Lo hace escuchando a aquel leproso, tendiéndole la mano para tocarlo y con las palabras que le dice. Y afirma claramente cuál es la voluntad de Dios: "Quiero, queda limpio". Esta debe ser también siempre la voluntad de los discípulos y de toda comunidad cristiana. Si Jesús nos enseña cómo acoger, al mismo tiempo, a través de este leproso, nos enseña cómo tenemos que estar nosotros ante él. Extendamos la mano hacia él y nos curará.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.