ORACIÓN CADA DÍA

Oración de la Vigilia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración de la Vigilia
Sábado 26 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 8,5-17

Al entrar en Cafarnaúm, se le acercó un centurión y le rogó diciendo: «Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos.» Dícele Jesús: «Yo iré a curarle.» Replicó el centurión: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: "Vete", y va; y a otro: "Ven", y viene; y a mi siervo: "Haz esto", y lo hace.» Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos, mientras que los hijos del Reino serán echados a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes.» Y dijo Jesús al centurión: «Anda; que te suceda como has creído.» Y en aquella hora sanó el criado. Al llegar Jesús a casa de Pedro, vio a la suegra de éste en cama, con fiebre. Le tocó la mano y la fiebre la dejó; y se levantó y se puso a servirle. Al atardecer, le trajeron muchos endemoniados; él expulsó a los espíritus con una palabra, y curó a todos los enfermos, para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús vuelve a Cafarnaún y un centurión, hombre ajeno al culto y a las tradiciones de Israel, sale a su encuentro. Aquel militar tiene un siervo que está en casa enfermo y con grandes dolores. Decide acudir a Jesús. Su corazón está lleno de dolor por la situación de su criado. Y al llegar donde Jesús no le pide que cure a su criado, solo le expone la situación. Es Jesús, quien, al ver el dolor en los ojos de aquel hombre, se conmueve y le dice: "Yo iré a curarle". Pero aquel centurión, con espontánea verdad, dice que no es digno de que el Maestro vaya a su casa. Siente su vergüenza ante un hombre tan bueno. Y pronuncia aquellas espléndidas palabras que aún hoy repetimos en la santa liturgia: "Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano". El centurión llama dos veces a Jesús con el título de "Señor". Él, que no es creyente, se dirige con un término religioso en el sentido que demuestra una confianza total en Jesús: basta una sola palabra para que su criado se cure. Realmente aquel centurión es un ejemplo para nosotros y el comentario de Jesús a la fe del centurión nos lo podemos aplicar también a nosotros: "Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande". Y dijo al centurión: "Ve y que te suceda como has creído". Y el evangelista apunta que "en aquella hora sanó el criado". Existe una fuerza de curación que depende del amor que no conoce límites ni distancias. Y toda la actividad de Jesús en Cafarnaún se distingue por su cercanía a los enfermos. En este mundo tan afectado por la enfermedad del covid-19, es realmente un ejemplo. Y el día termina con la extraordinaria escena de Jesús que cura a muchos "endemoniados" que llevan a la puerta de la casa. Es una escena que plantea una pregunta a nuestras comunidades: ¿son como aquella casa de Cafarnaún con las puertas abiertas para quienes necesitan consuelo, curación y salvación? ¿No debería cumplirse también en nuestros días la profecía de Isaías que el evangelista recuerda: "Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades"?

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.