IV de Cuaresma
Para los musulmanes es la fiesta de la ruptura del ayuno al final del Ramadán (Aid al-Fitr).
Leer más
IV de Cuaresma
Para los musulmanes es la fiesta de la ruptura del ayuno al final del Ramadán (Aid al-Fitr).
Primera Lectura
Josué 5,9.10-12
Y dijo Yahveh a Josué: "Hoy os he quitado de encima el oprobio de Egipto." Por eso se llamó aquel lugar Guilgal, hasta el día de hoy. Los israelitas acamparon en Guilgal y celebraron allí la Pascua el día catorce del mes, a la tarde, en los llanos de Jericó. Al día siguiente de la Pascua comieron ya de los productos del país: panes ázimos y espigas tostadas, ese mismo día. Y el maná cesó desde el día siguiente, en que empezaron a comer los productos del país. Los israelitas no tuvieron en adelante maná, y se alimentaron ya aquel año de los productos de la tierra de Canaán.
Salmo responsorial
Salmo 33 (34)
Bendecir? a Yahveh en todo tiempo,
sin cesar en mi boca su alabanza;
en Yahveh mi alma se glor?a,
??iganlo los humildes y se alegren!
Engrandeced conmigo a Yahveh,
ensalcemos su nombre todos juntos.
He buscado a Yahveh, y me ha respondido:
me ha librado de todos mis temores.
Los que miran hacia ?l, refulgir?n:
no habr? sonrojo en su semblante.
Cuando el pobre grita, Yahveh oye,
y le salva de todas sus angustias.
Acampa el ?ngel de Yahveh
en torno a los que le temen y los libra.
Gustad y ved qu? bueno es Yahveh,
dichoso el hombre que se cobija en ?l.
Temed a Yahveh vosotros, santos suyos,
que a quienes le temen no les falta nada.
Los ricos quedan pobres y hambrientos,
mas los que buscan a Yahveh de ning?n bien carecen.
Venid, hijos, o?dme,
el temor de Yahveh voy a ense?aros.
?Qui?n es el hombre que apetece la vida,
deseoso de d?as para gozar de bienes?
Guarda del mal tu lengua,
tus labios de decir mentira;
ap?rtate del mal y obra el bien,
busca la paz y anda tras ella.
Los ojos de Yahveh sobre los justos,
y sus o?dos hacia su clamor,
el rostro de Yahveh contra los malhechores,
para raer de la tierra su memoria.
Cuando gritan aqu?llos, Yahveh oye,
y los libra de todas sus angustias;
Yahveh est? cerca de los que tienen roto el coraz?n.
?l salva a los esp?ritus hundidos.
Muchas son las desgracias del justo,
pero de todas le libera Yahveh;
todos sus huesos guarda,
no ser? quebrantado ni uno solo.
La malicia matar? al imp?o,
los que odian al justo lo tendr?n que pagar.
Yahveh rescata el alma de sus siervos,
nada habr?n de pagar los que en ?l se cobijan.
Segunda Lectura
Segunda Corintios 5,17-21
Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación. Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios! A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él.
Lectura del Evangelio
Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti
Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.
Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti
Lucas 15,1-3.11-32
Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este acoge a los pecadores y come con ellos.» Entonces les dijo esta parábola. Dijo: «Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: "Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde." Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. «Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros." Y, levantándose, partió hacia su padre. «Estando él todavía lejos, le vió su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus siervos: "Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado." Y comenzaron la fiesta. «Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. El le dijo: "Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano." El se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: "Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!" «Pero él le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado."»
Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti
Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.
Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti
Homil?a
Este domingo, llamado de laetare (domingo de la alegría) es una invitación a interrumpir por un momento la severidad del tiempo cuaresmal. El color violeta, el signo de un tiempo de penitencia, cede el paso al color rosa, como queriéndonos hacer gustar anticipadamente la alegría de la Pascua. La alegría que nos sugiere la Liturgia no deriva en absoluto de la condición en que se encuentra el mundo; es incluso difícil encontrar motivos para alegrarse. Sin embargo, la liturgia nos exhorta a alegrarnos. Y el motivo es la cercanía de la Pascua del Señor, es decir, la certeza de su victoria definitiva sobre el pecado y la muerte. Publicanos y pecadores acuden a Jesús para escucharlo: por fin había llegado alguien capaz de hablar al corazón y comunicar la esperanza de un mundo nuevo. Condenados ya y sin escapatoria, vislumbraban en aquel maestro una esperanza para su futuro, y por ello acudían a escucharlo. Por el contrario, los fariseos y los escribas criticaban a Jesús por su actitud misericordiosa, y murmuraban contra él: "Este acoge a los pecadores y come con ellos". Para ellos era un escándalo frecuentar, y sobre todo sentarse a la mesa, con los pecadores. Aunque para los fariseos fuera un escándalo, la cercanía de Jesús a los pecadores era para ellos era una buena noticia, era Evangelio.
Jesús, al contar la parábola que hemos escuchado, quiere mostrar que él se comporta como el Padre que está en los cielos; de hecho, él ha venido para cumplir la voluntad del Padre. Por nuestra parte, nosotros lo hemos experimentado, como también podemos experimentar la dureza del hijo mayor. La parábola se abre con la petición del hijo menor de tener su parte de la herencia. Una vez obtenida, deja a la familia y se marcha. Su vida, inicialmente llena de satisfacciones, se ve después golpeada por la violencia de la carestía y del abandono de los amigos, y se queda solo. Se ve obligado a trabajar apacentando puercos, la única forma que encuentra de sobrevivir. Se da cuenta que los cerdos están mejor que él: "Deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pues nadie le daba nada" (v. 16), señala tristemente el evangelista. La vida del hijo menor está rota, y le resulta amargo recordar los días vividos en casa del padre. Pero es precisamente el tocar fondo lo que le hace reflexionar. Llega para él el tiempo del retorno, como también para nosotros. Dios está esperando, incluso impaciente. Cuando el hijo estaba "todavía lejos", el padre "conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente". No sabe todavía por qué ha vuelto el hijo, ni qué le dirá, pero no importa, lo que cuenta es que el hijo ha vuelto, y le sale al encuentro. Sale para salvar al hijo perdido, como subraya el papa Francisco. Cuando está junto a él no le permite decir nada, y le echa los brazos al cuello. El corazón del hijo, ante aquel abrazo, se libera, y también su lengua: pronuncia pocas palabras, que el padre parece apenas escuchar, preocupado sobre todo por vestirlo con ropas nuevas, ponerle calzado nuevo y un anillo al dedo, y de preparar inmediatamente una gran fiesta. El tiempo del retorno culmina con una fiesta extraordinaria. El hijo mayor, al darse cuenta de lo que está ocurriendo, critica las decisiones del padre, llegando a negarse a entrar en la sala de la fiesta. Vivía en la casa del padre, pero estaba lejos de su corazón; más bien al contrario, estaba lleno de orgullo por sus supuestos méritos. Y se quedó afuera, solo. No fue capaz de alegrarse por los demás, ni siquiera por el retorno del hermano que "había muerto y ha vuelto a la vida". A diferencia del hijo mayor, en el "tiempo del retorno" podemos descubrir de nuevo la grandeza de la misericordia y del amor de Dios por nosotros, redescubriendo a la vez la belleza de la fraternidad.
La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).
Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.
Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.
Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).
La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.