ORACIÓN CADA DÍA

Oración de la Vigilia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración de la Vigilia
Sábado 29 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Oseas 6,1-6

Venid, volvamos a Yahveh,
pues él ha desgarrado y él nos curará,
él ha herido y él nos vendará. Dentro de dos días nos dará la vida,
al tercer día nos hará resurgir
y en su presencia viviremos. Conozcamos, corramos al conocimiento de Yahveh:
cierta como la aurora es su salida;
vendrá a nosotros como la lluvia temprana,
como la lluvia tardía que riega la tierra." ?Qué he de hacer contigo, Efraím?
?Qué he de hacer contigo, Judá?
¡Vuestro amor es como nube mañanera,
como rocío matinal, que pasa! Por eso les he hecho trizas por los profetas,
los he matado por las palabras de mi boca,
y mi juicio surgirá como la luz. Porque yo quiero amor, no sacrificio,
conocimiento de Dios, más que holocaustos.

 

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

El camino de conversión y de retorno al Señor no nace de nosotros, ni de un deseo de perfección personal. En la decisión de regresar a Dios está ya la conciencia de que es el Señor quien nos salva, quien nos cura y nos sostiene, y que su juicio es de perdón, no de condena. Esta certeza acompaña a quien se arrepiente del pecado. El profeta parece indicar además la necesidad de un itinerario: el perdón y la propia curación no son un hecho automático, requieren una progresión, un camino hecho de conciencia, de examen, de decisiones a tomar, de costumbres a abandonar. Podríamos decir que es todo lo que el tiempo de Cuaresma nos ha invitado a hacer. El texto habla de dos días de espera, y después de un tercero para levantarse y emprender un nuevo camino. En la tradición espiritual de la Iglesia podemos encontrar muchas indicaciones en este sentido. La conversión no es un hecho instantáneo sino, precisamente, un itinerario cuyas etapas se desarrollan durante días. El profeta hace decir: "Conozcamos, corramos tras el conocimiento del Señor: su salida es cierta como la aurora; vendrá a nosotros como la lluvia temprana, como la lluvia tardía que riega la tierra" (v. 3). Quiere decir que no podemos demorarnos, no podemos perder tiempo ni posponerlo: este es el tiempo oportuno. Hay prisa por cambiar el corazón porque el Evangelio debe ser anunciado, porque los pobres esperan, porque el mundo necesita una palabra de esperanza. No es el momento de ser perfectos sino misioneros, de sentir las expectativas de cambio para uno mismo y para el mundo. En ese sentido la conversión personal tiene una dimensión comunitaria y social ineludible. No nos convertimos simplemente para asegurarnos nuestra propia salvación, nos convertimos al Señor para caminar con él por los caminos del mundo predicando el Evangelio y curando toda enfermedad y dolencia.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.