ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los pobres
Palabra de dios todos los dias

Oración por los pobres

Recuerdo de san Óscar Arnulfo Romero, mártir, asesinado en 1980 sobre el altar durante la celebración de la eucaristía en El Salvador. Recuerdo de la masacre de las Fosas Ardeatinas, que tuvo lugar en 1944 en Roma, donde los nazis asesinaron a 335 personas. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por los pobres
Lunes 24 de marzo

Recuerdo de san Óscar Arnulfo Romero, mártir, asesinado en 1980 sobre el altar durante la celebración de la eucaristía en El Salvador. Recuerdo de la masacre de las Fosas Ardeatinas, que tuvo lugar en 1944 en Roma, donde los nazis asesinaron a 335 personas.


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

2Reyes 5,1-15

Naamán, jefe del ejército del rey de Aram, era hombre muy estimado y favorecido por su señor, porque por su medio había dado Yahveh la victoria a Aram. Este hombre era poderoso, pero tenía lepra. Habiendo salido algunas bandas de arameos, trajeron de la tierra de Israel una muchachita que se quedó al servicio de la mujer de Naamán. Dijo ella a su señora: "Ah, si mi señor pudiera presentarse al profeta que hay en Samaría, pues le curaría de su lepra." Fue él y se lo manifestó a su señor diciendo: "Esto y esto ha dicho la muchacha israelita." Dijo el rey de Aram: "Anda y vete; yo enviaré una carta al rey de Israel." Fue y tomó en su mano diez talentos de plata, 6.000 siclos de oro y diez vestidos nuevos. Llevó al rey de Israel la carta que decía: "Con la presente, te envío a mi siervo Naamán, para que le cures de su lepra." Al leer la carta el rey de Israel, desgarró sus vestidos diciendo: "?Acaso soy yo Dios para dar muerte y vida, pues éste me manda a que cure a un hombre de su lepra? Reconoced y ved que me busca querella." Cuando Eliseo, el hombre de Dios, oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestidos, envió a decir al rey: " ?Por qué has rasgado tus vestidos? Que venga a mí y sabrá que hay un profeta en Israel." Llegó Naamán con sus caballos y su carro y se detuvo a la entrada de la casa de Eliseo. Eliseo envió un mensajero a decirle: "Vete y lávate siete veces en el Jordán y tu carne se te volverá limpia." Se irritó Naamán y se marchaba diciendo: "Yo que había dicho: ¡Seguramente saldrá, se detendrá, invocará el nombre de Yahveh su Dios, frotará con su mano mi parte enferma y sanaré de la lepra! ?Acaso el Abaná y el Farfar, ríos de Damasco, no son mejores que todas las aguas de Israel? ?No podría bañarme en ellos para quedar limpio?" Y, dando la vuelta, partió encolerizado. Se acercaron sus servidores, le hablaron y le dijeron: "Padre mío; si el profeta te hubiera mandado una cosa difícil ?es que no la hubieras hecho? ¡Cuánto más habiéndote dicho: Lávate y quedarás limpio!" Bajó, pues, y se sumergió siete veces en el Jordán, según la palabra del hombre de Dios, y su carne se tornó como la carne de un niño pequeño, y quedó limpio. Se volvió al hombre de Dios, él y todo su acompañamiento, llegó, se detuvo ante él y dijo: "Ahora conozco bien que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel. Así pues, recibe un presente de tu siervo."

 

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Naamán (que en hebreo significa "fascinante") es un "hombre notable" protegido incluso por el Señor por su victoria sobre los arameos, pero está enfermo de lepra. Sus cualidades humanas, su estatus y su poder no anulan su fragilidad. Entre los deportados de su casa había una muchacha israelita, que sugiere a la esposa de Naamán que fuera a ver al profeta Eliseo, que podía librarle de la lepra. La fe de aquella "muchacha" desencadena la curación del "hombre notable" arameo. Es una confirmación más de la eficacia de la fe, que es más fuerte que el poder humano. El rey de Israel, después de leer la carta con la petición de curación del general, se enfada, no comprende lo que pasa, como tantos creyentes que se quedan en la superficie de los hechos, y no se esfuerzan por entender las situaciones humanas a la luz de las Sagradas Escrituras. Eliseo, en cambio, atento a la Palabra de Dios y a los "signos" de Dios en la historia, al enterarse corrige al rey y manda a un mensajero para decirle a Naamán que se bañe siete veces en el Jordán. Al acabar estaría curado. Esta simple invitación desconcierta y enfada a Naamán. Piensa que se trata de un simple rito terapéutico, no de un gesto exquisitamente religioso: obedecer al profeta es obedecer a Dios mismo. Su obediencia sencilla, aunque no plenamente consciente, derrota al mal: al finalizar las inmersiones "su carne volvió a ser como la de un niño pequeño y quedó limpio". Naamán no solo fue curado en el cuerpo, sino también en el corazón. Comprendió que en las palabras del profeta habitaba Dios, e hizo su profesión de fe en el Dios de Israel: "Ahora conozco que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.