ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 9 de marzo

I de Cuaresma


Primera Lectura

Deuteronomio 26,4-10

El sacerdote tomará de tu mano la cesta y la depositará ante el altar de Yahveh tu Dios. Tú pronunciarás estas palabras ante Yahveh tu Dios: "Mi padre era un arameo errante que bajó a Egipto y residió allí como inmigrante siendo pocos aún, pero se hizo una nación grande, fuerte y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron dura servidumbre. Nosotros clamamos a Yahveh Dios de nuestros padres, y Yahveh escuchó nuestra voz; vio nuestra miseria, nuestras penalidades y nuestra opresión, y Yahveh nos sacó de Egipto con mano fuerte y tenso brazo en medio de gran terror, señales y prodigios. Nos trajo aquí y nos dio esta tierra, tierra que mana leche y miel Y ahora yo traigo las primicias de los productos del suelo que tú, Yahveh, me has dado." Las depositarás ante Yahveh tu Dios y te postrarás ante Yahveh tu Dios.

Salmo responsorial

Psaume 90 (91)

El que mora en el secreto de Ely?n
pasa la noche a la sombra de Sadday,

diciendo a Yahveh: "?Mi refugio y fortaleza,
mi Dios, en quien conf?o!"

Que ?l te libra de la red del cazador,
de la peste funesta;

con sus plumas te cubre,
y bajo sus alas tienes un refugio:
escudo y armadura es su verdad.

No temer?s el terror de la noche,
ni la saeta que de d?a vuela,

ni la peste que avanza en las tinieblas,
ni el azote que devasta a mediod?a.

Aunque a tu lado caigan mil
y diez mil a tu diestra,
a ti no ha de alcanzarte.

Basta con que mires con tus ojos,
ver?s el galard?n de los imp?os,

t? que dices: "?Mi refugio es Yahveh!",
y tomas a Ely?n por defensa.

No ha de alcanzarte el mal,
ni la plaga se acercar? a tu tienda;

que ?l dar? orden sobre ti a sus ?ngeles
de guardarte en todos tus caminos.

Te llevar?n ellos en sus manos,
para que en piedra no tropiece tu pie;

pisar?s sobre el le?n y la v?bora,
hollar?s al leoncillo y al drag?n.

Pues ?l se abraza a m?, yo he de librarle;
le exaltar?, pues conoce mi nombre.

Me llamar? y le responder?;
estar? a su lado en la desgracia,
le librar? y le glorificar?.

Hartura le dar? de largos d?as,
y har? que vea mi salvaci?n.

Segunda Lectura

Romanos 10,8-13

Entonces, ?qué dice? Cerca de ti está la palabra: en tu boca y en tu corazón, es decir, la palabra de la fe que nosotros proclamamos. Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón se cree para conseguir la justicia, y con la boca se confiesa para conseguir la salvación. Porque dice la Escritura: Todo el que crea en él no será confundido. Que no hay distinción entre judío y griego, pues uno mismo es el Señor de todos, rico para todos los que le invocan. Pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.

Lectura del Evangelio

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Lucas 4,1-13

Jesús, lleno de Espíritu Santo, se volvió del Jordán, y era conducido por el Espíritu en el desierto, durante cuarenta días, tentado por el diablo. No comió nada en aquellos días y, al cabo de ellos, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan.» Jesús le respondió: «Esta escrito: No sólo de pan vive el hombre.» Llevándole a una altura le mostró en un instante todos los reinos de la tierra; y le dijo el diablo: «Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque a mí me ha sido entregada, y se la doy a quien quiero. Si, pues, me adoras, toda será tuya.» Jesús le respondió: «Esta escrito: Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto.» Le llevó a Jerusalén, y le puso sobre el alero del Templo, y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo; porque está escrito: A sus ángeles te encomendará
para que te guarden.
Y:
En sus manos te llevarán
para que no tropiece tu pie en piedra alguna.»
Jesús le respondió: «Está dicho: No tentarás al Señor tu Dios.» Acabada toda tentación, el diablo se alejó de él hasta un tiempo oportuno.

 

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Homil?a

El miércoles pasado, mientras se nos imponía sobre la cabeza un puñado de ceniza, escuchamos repetir, uno por uno: "Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás". Con estas palabras y este gesto ha comenzado el camino cuaresmal. La conciencia de nuestra debilidad, nuestra fragilidad y nuestra miseria es el primer paso a cumplir para encaminarnos hacia el Señor. Sabemos que él no nos abandona, como está escrito: él "levanta del polvo al humilde" (1 S 2,8). En esas palabras severas que hemos escuchado hay también un anuncio de alegría. Sí, el polvo que somos será resucitado en la Pascua. Este tiempo de Cuaresma es un momento oportuno para reconocer nuestra debilidad y nuestro pecado, pero también la misericordia de Dios para con todos. El Señor es nuestra salvación. Ésta era la conciencia que sostenía al pueblo de Israel en su camino, como recuerda el libro del Deuteronomio: "Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron dura servidumbre. Nosotros clamamos al Señor... él escuchó nuestra voz; vio nuestra miseria, nuestras penalidades y nuestra opresión, y el Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido... y nos dio esta tierra, tierra que mana leche y miel" (Dt 26,6-9). Era la oración de reconocimiento ante la poderosa y liberadora misericordia de Dios que se recitaba en ocasión de la fiesta de las primicias. Hoy, mientras nos encaminamos hacia la Pascua, hacemos nuestras estas palabras. La Cuaresma es una invitación insistente, repetida y afectuosa, para nosotros, que tantas veces preferimos las soluciones fáciles, nos cuesta elegir la humillación que comporta una disciplina de corazón, y buscamos tener siempre abiertas todas las opciones.
Es el camino que recorrió también Jesús, como muestra el Evangelio de las tentaciones. Estas llegan al final de cuarenta días de ayuno, cuando Jesús se encontraba al extremo de sus fuerzas. Lucas señala que "entonces" (es decir, cuando tuvo hambre) el diablo se acercó para tentarlo. En efecto, la tentación -toda tentación- se insinúa en los pliegues de nuestra debilidad, de nuestra fragilidad, para parecer al menos razonable. ?Qué hay más razonable que comer un poco de pan después de cuarenta días de ayuno? Es la naturaleza de la primera tentación: "Di a esta piedra que se convierta en pan". Y también es normal el deseo de poseer los reinos de la tierra: "Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos". Bastaba que Jesús se postrase. ¡En efecto, ante cuántos ídolos nos postramos fácilmente sin demasiados escrúpulos! Y está también la tentación de plegar incluso a Dios a nosotros mismos, llegando a reprocharle si no está atento a nuestras exigencias.
Las tentaciones referidas por el Evangelio son emblemáticas, y todas empujan a concentrarse sobre uno mismo, a poner en el centro del mundo el propio yo. Es la tentación de querer acomodar todo a uno mismo. Jesús ha querido someterse a estas tentaciones y nos enseña cómo superarlas, alejando al Tentador y eligiendo seguir el plan del Padre para la salvación de todos. Jesús ha vencido las tentaciones respondiendo siempre con la Palabra de Dios. Este tiempo se nos da para alimentarnos de la palabra del Señor, no lo desperdiciemos. "Si hoy escucháis su voz, no endurezcáis vuestros corazones". Descubriremos lo que significa: "No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4). Con la Palabra de Dios en la mente y en el corazón sabremos estar junto a Jesús y vivir con él su misma pasión por la salvación del mundo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.