En la basílica de Santa María de Trastevere se reza por los enfermos. Leer más
En la basílica de Santa María de Trastevere se reza por los enfermos.
Lectura de la Palabra de Dios
Aleluya, aleluya, aleluya.
Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Sirácida 17,24-29
Pero a los que se arrepienten les concede retorno,
y consuela a los que perdieron la esperanza. Conviértete al Señor y deja tus pecados,
suplica ante su faz y quita los obstáculos. Vuélvete al Altísimo y apártate de la injusticia,
odia con toda el alma la abominación. ?Quién en el seol alabará al Altísimo
si los vivientes no le dan gloria? No hay alabanza que venga de muerto, como de quien no existe;
es el que vive y goza de salud quien alaba al Señor. ¡Qué grande es la misericordia del Señor,
y su perdón para los que a él se convierten!
Aleluya, aleluya, aleluya.
El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.
Aleluya, aleluya, aleluya.
La pregunta sobre el hombre, quién es, cuál es su misión sobre la tierra, recorre toda la Escritura. La mentalidad corriente concibe al hombre como una persona autónoma, con capacidad de decisión y de acción, de elección y de proyecto. Y es verdad: Dios ha creado al hombre dándole libertad. Pero no una libertad absoluta, es decir, desligada de todo vínculo, de toda relación, hasta el punto de pensar imponerla sin medida y sin objeciones, con la intención de afirmarse a sí mismo sin límite alguno. Esta concepción ha hecho surgir un nuevo culto, que podríamos definir como egolatría, el culto de uno mismo y del propio yo, sobre cuyo altar se sacrifican hasta los afectos más preciados. El proyecto de Dios para cada uno de nosotros no pasa por la afirmación de la propia fuerza, sino por la conciencia de un nosotros a construir para ser verdadera familia suya. Ser conscientes del propio pecado no significa ver fracasada nuestra humanidad, sino descubrir el lugar preciso donde estamos, y de las grandes posibilidades que se abren ante nosotros. En el libro del Eclesiástico se concibe al hombre como una criatura preparada para aceptar la misericordia y el consuelo que Dios le ofrece, y emprender así un camino de retorno hacia él. Quien camina con decisión hacia el Señor y con el Señor, no comercia con el mal y no tolera la iniquidad. Elegir la compañía de Dios significa dar la espalda a toda injusticia. Quien escoge estar junto a Dios y escuchar su Palabra no sigue el mal y no cae en el pecado. En cambio, aquel que quiera estar por encima de los demás acabará por reconocer amargamente que es solo "tierra y cenizas". La verdadera vocación del hombre es la alabanza a Dios, que es el Señor de las legiones celestes y Padre cercano a todos los hombres, sus hijos. El Eclesiástico observa: "El que vive y goza de salud puede alabar al Señor".
La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).
Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.
Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.
Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).
La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.