Lectura de la Palabra de Dios
Aleluya, aleluya, aleluya.
Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Sirácida 6,5-17
La boca amable multiplica sus amigos,
la lengua que habla bien multiplica las afabilidades. Sean muchos los que estén en paz contigo,
mas para consejero, uno entre mil. Si te echas un amigo, échatelo probado,
y no tengas prisa en confiarte a él. Porque hay amigo que lo es de ocasión,
y no persevera en el día de tu angustia. Hay amigo que se vuelve enemigo,
y descubrirá la disputa que te ocasiona oprobio. Hay amigo que comparte tu mesa,
y no persevera en el día de tu angustia. Cuando te vaya bien, será como otro tú,
y con tus servidores hablará francamente; mas si estás humillado, estará contra ti,
y se hurtará de tu presencia. De tus enemigos apártate,
y de tus amigos no te fíes. El amigo fiel es seguro refugio,
el que le encuentra, ha encontrado un tesoro. El amigo fiel no tiene precio,
no hay peso que mida su valor. El amigo fiel es remedio de vida,
los que temen al Señor le encontrarán. El que teme al Señor endereza su amistad,
pues como él es, será su compañero.
Aleluya, aleluya, aleluya.
El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.
Aleluya, aleluya, aleluya.
El Eclesiástico nos ofrece una descripción de la amistad que nos ayuda a vivir las relaciones con nuestro prójimo según la Biblia. El texto señala un rasgo de la amistad que se refiere al hablar. Un hablar amable y afable "multiplica las relaciones" y edifica. La dureza y la descortesía, por el contrario, no construirán nunca la amistad. Es sabia la exhortación a estar en paz con todos, "pero confidente, solo uno entre mil". Existe una diversidad en las amistades que no significa distancia o desprecio, porque todo debe estar marcado por una relación pacífica. Cuesta trabajo construir la amistad, que se pone a prueba sobre todo en los momentos difíciles. "Hay amigos que comparten tu mesa, y te abandonan el día de la desgracia", que permanecen en los buenos momentos, pero que se avergonzarán de tu humillación. El texto termina con un elogio del amigo "fiel", que no tiene precio, es "apoyo seguro", un "tesoro", "elixir de vida". La amistad requiere tiempo y atención. recordemos que Jesús mismo no llama a sus discípulos "siervos" sino "amigos", y que Abrahán y Moisés son llamados amigos de Dios. Por eso el pasaje termina uniendo la amistad fiel y verdadera al "temor del Señor": "El que teme al Señor orienta bien su amistad". De hecho, es en presencia de Dios que cada uno de nosotros recibe la sabiduría para vivir en amistad, para estrechar lazos y relaciones con los demás. Podríamos decir que la amistad es la gran medicina para curar la soledad, y la victoria sobre el egocentrismo, porque nos moldea sobre la humanidad de Dios, amigo de los hombres.
La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).
Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.
Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.
Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).
La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.