ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración por los pobres
Lunes 24 de febrero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Sirácida 1,1-10

Toda sabiduría viene del Señor,
y con él está por siempre. La arena de los mares, las gotas de la lluvia,
los días de la eternidad, ?quién los puede contar? La altura del cielo, la anchura de la tierra,
la profundidad del abismo, ?quién los alcanzará? Antes de todo estaba creada la Sabiduría,
la inteligente prudencia desde la eternidad. La raíz de la sabiduría ?a quién fue revelada?,
sus recursos, ?quién los conoció? Sólo uno hay sabio, en extremo temible,
el que en su trono está sentado. El Señor mismo la creó,
la vio y la contó
y la derramó sobre todas sus obras, en toda carne conforme a su largueza,
y se la dispensó a los que le aman.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El libro fue escrito por Ben Sirá (de donde procede el nombre de Sirácida) y es quizá el último del Primer Testamento en ser redactado. El autor es un escriba sabio que se propone leer la Escritura con inteligencia sapiencial para trasladarla al pueblo e iluminar su vida cotidiana. Le pide al creyente que se aplique en la meditación de la Palabra de Dios para poder comprender el sentido del tiempo en el que vive. La convicción de fondo es que el origen de la sabiduría está en Dios. Escribe: "Toda sabiduría viene del Señor, y está con él por siempre". En esto concuerda plenamente con el salmista, que canta: "Tu palabra es antorcha para mis pasos, luz para mi sendero" (Sal 119,105). El autor quiere ayudar al creyente a reconocer a lo largo de todas las Santas Escrituras la sabiduría que habita junto a Dios, para poderla acoger y vivir en consecuencia. En realidad, la sabiduría pertenece esencialmente al Señor: "Uno solo es sabio, temible en extremo: el que está sentado en su trono" (v. 6). Pero el Señor no se la guarda celosamente; al contrario, la dona con generosidad a los que lo aman: "Es el Señor quien creó la sabiduría, la vio, la midió y la derramó sobre todas sus obras. Se la concedió a todos los vivientes y a los que le aman se la regaló" (9-10). Según el autor, solo quien se confía a Dios puede vivir con sabiduría. El hombre es finito y limitado, no puede contar ni la arena del mar ni las gotas de lluvia, ni tampoco los días ni los siglos. Los creyentes tienen la responsabilidad tanto de acoger el don de la sabiduría como de ponerla en práctica, para ayudar a todos a comprender el sentido de la historia y del mundo con la mirada y el pensamiento de Dios. La sabiduría que el creyente acoge lo empuja a seguir buscando e indagando. En este tiempo de globalización y de simplificaciones arriesgadas, vuelve a ser actual la exhortación del Concilio Vaticano II, que en la Gaudium et Spes (GS 15) escribía: "Nuestra época, más que ninguna otra, tiene necesidad de esta sabiduría para humanizar todos los nuevos descubrimientos de la humanidad. El destino futuro del mundo corre peligro si no forman hombres más instruidos en esta sabiduría".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.