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Liturgia del domingo
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Liturgia del domingo

VI del tiempo ordinario
Recuerdo de Onésimo, esclavo de Filemón y hermano en la fe del apóstol Pablo.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 16 de febrero

VI del tiempo ordinario
Recuerdo de Onésimo, esclavo de Filemón y hermano en la fe del apóstol Pablo.


Primera Lectura

Jeremías 17,5-8

Así dice Yahveh:
Maldito sea aquel que fía en hombre,
y hace de la carne su apoyo,
y de Yahveh se aparta en su corazón. Pues es como el tamarisco en la Arabá,
y no verá el bien cuando viniere.
Vive en los sitios quemados del desierto,
en saladar inhabitable. Bendito sea aquel que fía en Yahveh,
pues no defraudará Yahveh su confianza. Es como árbol plantado a las orillas del agua,
que a la orilla de la corriente echa sus raíces.
No temerá cuando viene el calor,
y estará su follaje frondoso;
en año de sequía no se inquieta
ni se retrae de dar fruto.

Salmo responsorial

Psaume 1

?Dichoso el hombre que no sigue
el consejo de los imp?os,
ni en la senda de los pecadores se detiene,
ni en el banco de los burlones se sienta,

mas se complace en la ley de Yahveh,
su ley susurra d?a y noche!

Es como un ?rbol plantado
junto a corrientes de agua,
que da a su tiempo el fruto,
y jam?s se amustia su follaje;
todo lo que hace sale bien.

?No as? los imp?os, no as?!
Que ellos son como paja que se lleva el viento.

Por eso, no resistir?n en el Juicio los imp?os,
ni los pecadores en la comunidad de los justos.

Porque Yahveh conoce el camino de los justos,
pero el camino de los imp?os se pierde.

Segunda Lectura

Primera Corintios 15,12.16-20

Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos ?cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de los muertos? Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: estáis todavía en vuestros pecados. Por tanto, también los que durmieron en Cristo perecieron. Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más dignos de compasión de todos los hombres! ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 6,17.20-26

Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, Y él, alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados.
Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis. Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alegráos ese día y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo. Pues de ese modo trataban sus padres a los profetas. «Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos!, porque tendréis hambre.
¡Ay de los que reís ahora!, porque tendréis aflicción
y llanto. ¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homil?a

Podemos definir este día como el "domingo de las bienaventuranzas" o "de la felicidad". Jesús, tras pasar la noche en oración, baja del monte y se encuentra ante una multitud muy numerosa: todos querían escucharle, tocarlo, sentirlo cerca. El evangelista, con cierto asombro, advierte que también "los que eran molestados por espíritus inmundos" acudieron para ser liberados de su enfermedad. Todos esperaban una vida nueva, mejor, a través de aquel joven profeta venido de Nazaret: "Salía de él una fuerza que sanaba a todos".
Jesús, viendo aquella multitud, decidió inaugurar una nueva fase de su misión con uno de los discursos más importantes, el de las Bienaventuranzas. Son palabras dirigidas a los pobres, a todos los excluidos de la felicidad, a los que eran insultados y rechazados, a los que mendigaban salud y curación incluso tratando de tocar al menos la orla del manto del Señor.
Jesús los llama bienaventurados porque Dios ha elegido ocuparse de ellos antes que de los demás. Y es Jesús mismo quien lo muestra: Dios, a través de él da el pan a quien tiene hambre, transforma en gozo el llanto de los afligidos y la tristeza de los desesperados. El reino es de los pobres, desde ahora, porque Dios ha elegido estar de su parte. Esta página evangélica no es el fruto de un moralismo fácil y superficial sobre los "pobres buenos", como si su incómoda situación les hiciera moralmente mejores que los demás. No, los pobres son como todos nosotros, buenos y malos. La bienaventuranza no nace de una condición, sino de tener a Dios cerca como amigo y defensor. Y es el Evangelio el que lo revela. Precisamente por esto es "buena noticia" para los pobres y los débiles, para los enfermos y los afligidos, para los encarcelados y todos los necesitados de ayuda.
El Evangelio añade a los cuatro "bienaventurados" otros cuatro "¡ay de vosotros!" dirigidos a los ricos, los que están saciados, los que ahora ríen, y los que siempre son alabados. "Ay de vosotros", porque en estos momentos es más fácil sentirse autosuficientes y para nada necesitados, ni siquiera de Dios. "Ay de nosotros", cuando dejamos que prevalezca el rico que hay en nosotros. Jesús no quiere exaltar la pobreza en sí misma, ni tampoco condenar la riqueza como tal. La salvación no depende del estado en que uno se encuentre o de las condiciones de vida, sino en el reconocer que somos hijos de Dios y amados por él.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.