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Oración por la Iglesia
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Recuerdo de la muerte de Mahatma Gandhi, asesinado en 1948 en Nueva Delhi. Con él recordamos a todos los que, en nombre de la no violencia, trabajan por la paz. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por la Iglesia
Jueves 30 de enero

Recuerdo de la muerte de Mahatma Gandhi, asesinado en 1948 en Nueva Delhi. Con él recordamos a todos los que, en nombre de la no violencia, trabajan por la paz.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hebreos 10,19-25

Teniendo, pues, hermanos, plena seguridad para entrar en el santuario en virtud de la sangre de Jesús, por este camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros, a través del velo, es decir, de su propia carne, y con un Sumo Sacerdote al frente de la casa de Dios, acerquémonos con sincero corazón , en plenitud de fe, purificados los corazones de conciencia mala y lavados los cuerpos con agua pura. Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la Promesa. Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras, sin abandonar vuestra propia asamblea, como algunos acostumbran hacerlo, antes bien, animándoos: tanto más, cuanto que veis que se acerca ya el Día.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Concluida la disertación doctrinal sobre Jesús sumo sacerdote, el autor recuerda a los creyentes las consecuencias que deben extraer. La unión con la "carne" de Cristo, con su cuerpo, nos admite en el santuario donde él ha entrado. La comunión con el Cuerpo de Cristo es, en efecto, comunión directa con Dios y, por tanto, con todos los hermanos y las hermanas. El autor utiliza el término griego parresía, que se traduce con la expresión corazón sincero. En la antigua Grecia, el derecho de parresía equivalía al derecho de ser ciudadanos de pleno derecho de la ciudad y de poder hablar libremente. En la comunidad de creyentes significa tener la libertad de dirigirse a Dios sin intermediarios y, por tanto, poder hablar con él con la total confianza de hijos. Es el "camino" que Jesús ha inaugurado para nosotros y que la carta exhorta a recorrer sin temor: "Acerquémonos con sincero corazón, en plenitud de fe, purificados los corazones de conciencia mala y lavado el cuerpo con agua pura". Vivir en la comunidad, participando en la santa liturgia, en la comunión fraterna, en el amor por los más pobres, en el trabajo para que la vida de todos sea más serena, todo esto significa recorrer el camino que Jesús nos ha abierto. Por eso la carta exhorta a los creyentes a estimularse mutuamente en "la caridad" y a ser generosos en las "buenas obras". Y a quien abandona las reuniones comunes se le advierte de que actuando así se aleja del santuario, es más, de Dios mismo. El peligro de la apostasía, es decir, del abandono de la fe, antes incluso que una cuestión teórica, es un problema de corazón. Y hace falta advertir de que el abandono generalmente no se produce de manera repentina; comienza descuidando las reuniones, permaneciendo en silencio, hasta derivar poco a poco en la ruptura de la comunión. De este modo -advierte la carta- "pisoteamos al Hijo de Dios" y "ultrajamos al Espíritu de la gracia".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.