ORACIÓN CADA DÍA

Oración con los santos
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración con los santos
Miércoles 29 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hebreos 10,11-18

Y, ciertamente, todo sacerdote está en pie, día tras día, oficiando y ofreciendo reiteradamente los mismos sacrificios, que nunca pueden borrar pecados. El, por el contrario, habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio, se sentó a la diestra de Dios para siempre, esperando desde entonces hasta que sus enemigos sean puestos por escabel de sus pies. En efecto, mediante una sola oblación ha llevado a la perfección para siempre a los santificados. También el Espíritu Santo nos da testimonio de ello. Porque, después de haber dicho: Esta es la Alianza que pactaré con ellos
después de aquellos días, dice el Señor:
Pondré mis leyes en sus corazones,
y en su mente las grabaré,
añade: Y de sus pecados e iniquidades no me acordaré ya. Ahora bien, donde hay remisión de estas cosas, ya no hay más oblación por el pecado.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El autor de la carta recuerda que la salvación no se obtiene a través de acciones o por la observancia de normas rituales. En el misterio cristiano no es el hombre quien se eleva hacia Dios a través de sus esfuerzos. Es verdad lo contrario: es Dios quien desciende a la tierra para salvar al hombre de la esclavitud en que se encuentra. La salvación es obra de Dios y de su Hijo que nos ha amado hasta dar su vida por todos. A nosotros se nos pide acoger este amor que, con tal de salvarnos, se da hasta la efusión de la sangre sobre la cruz. De la cruz viene la salvación. En ella aparece el culmen del amor de Dios. Esa muerte ha salvado el mundo. Y por ella Jesús "se sentó a la diestra de Dios para siempre", como escribe la carta. Encontramos aquí el eco de lo que el apóstol Pablo escribe en el himno de la Carta a los Filipenses: "se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos" (2,8-10). El autor de la Carta a los Hebreos recuerda también que el Señor Jesús, desde el trono de su gloria del cielo, espera que sus enemigos sean colocados como estrado de sus pies (cfr. Sal 110,1). Con su muerte y resurrección ha derrotado para siempre al príncipe del mal. Y la comunidad cristiana que se reúne en memoria de Jesús muerto y resucitado -especialmente en la celebración de la Eucaristía- vive esta victoria. Pero sabemos que todavía debemos esperar la "perfección" a la que hemos sido llamados, aunque el camino es definitivo: quien forma parte del "cuerpo" de Jesús ya ha alcanzado la salvación.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.