ORACIÓN CADA DÍA

Oración con María, madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración con María, madre del Señor
Martes 28 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hebreos 10,1-10

No conteniendo, en efecto, la Ley más que una sombra de los bienes futuros, no la realidad de las cosas, no puede nunca, mediante unos mismos sacrificios que se ofrecen sin cesar año tras año, dar la perfección a los que se acercan. De otro modo, ?no habrían cesado de ofrecerlos, al no tener ya conciencia de pecado los que ofrecen ese culto, una vez purificados? Al contrario, con ellos se renueva cada año el recuerdo de los pecados, pues es imposible que sangre de toros y machos cabríos borre pecados. Por eso, al entrar en este mundo, dice: Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo
- pues de mí está escrito en el rollo del libro -
a hacer, oh Dios, tu voluntad!
Dice primero: Sacrificios y oblaciones y holocaustos y sacrificios por el pecado no los quisiste ni te agradaron - cosas todas ofrecidas conforme a la Ley - entonces - añade -: He aquí que vengo a hacer tu voluntad. Abroga lo primero para establecer el segundo. Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El autor de la carta nos lleva a la centralidad del misterio cristiano: no son nuestras ofrendas las que nos salvan, aunque las multipliquemos, sino solo el sacrificio de Cristo. El amor que ha empujado a Jesús a dar su vida por todos hasta la muerte en cruz es la causa de nuestra salvación. Ya el salmista lo sugería prediciendo la encarnación misma de Jesús: "No has querido sacrificio ni oblación, pero me has abierto el oído" (Sal 40). Esta cita evoca el cuerpo de Jesús en la Eucaristía. El apóstol Pablo presenta en esta perspectiva la cena del Señor, que es anuncio de la "muerte del Señor" (1Co 11, 26) y de su fuerza salvífica. Los sacrificios antiguos no salvaban de los pecados porque no transformaban el corazón del hombre, mientras que la participación en el "cuerpo" de Cristo en la Eucaristía transforma al creyente en el cuerpo mismo de Jesús, que, resucitado, está a la diestra de Dios. Como escribe el apóstol: "ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí" (Ga 2, 20). Y Jesús, desde el trono de la gloria del cielo, espera el momento en que "haga de tus enemigos estrado de tus pies" (Sal 110, 1). Su resurrección de la muerte ha derrotado para siempre la muerte y el príncipe del mal. Y unidos a Jesús esperamos la manifestación plena de la victoria. Y cada vez que se reúne para la Eucaristía, la comunidad cristiana celebra esta victoria, sabiendo, sin embargo, que todavía esperamos la "perfección" a la que hemos sido llamados: la comunión plena con Cristo y entre los hermanos. Pero ya desde ahora vivimos sus primicias, a la espera de la plenitud del amor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.