Oración por la unidad de los cristianos. Recuerdo especial de las iglesias y comunidades eclesiales protestantes (luteranas, reformadas, metodistas, baptistas, pentecostales y evangélicas). Leer más
Oración por la unidad de los cristianos. Recuerdo especial de las iglesias y comunidades eclesiales protestantes (luteranas, reformadas, metodistas, baptistas, pentecostales y evangélicas).
Lectura de la Palabra de Dios
Aleluya, aleluya, aleluya.
Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Hebreos 7,1-3.15-17
En efecto, este Melquisedec, rey de Salem, sacerdote de Dios Altísimo, que salió al encuentro de Abraham cuando regresaba de la derrota de los reyes, y le bendijo, al cual dio Abraham el diezmo de todo, y cuyo nombre significa, en primer lugar, «rey de justicia» y, además, rey de Salem, es decir, «rey de paz», sin padre, ni madre, ni genealogía, sin comienzo de días, ni fin de vida, asemejado al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre. Todo esto es mucho más evidente aún si surge otro sacerdote a semejanza de Melquisedec, que lo sea, no por ley de prescripción carnal, sino según la fuerza de una vida indestructible. De hecho, está atestiguado: Tú eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.
Aleluya, aleluya, aleluya.
El autor de la carta quiere mostrar que el sacerdocio de Jesús está más unido al de Melquisedec que al levítico que se remonta a Aarón y su descendencia. En los versículos 4-14 se explica la relación de Jesús con Melquisedec y no con Aarón. Melquisedec es presentado como un personaje "ajeno" a la historia de Israel, precursor de las promesas de Dios y del sacerdocio mismo de Cristo. Jesús -quiere subrayar el autor de la carta- representa un sacerdote "diferente" (v. 15) al de Israel, que se remonta a Aarón. El sacerdocio de Jesús es un sacerdocio permanente, porque se realiza no según una de descendencia humana sino divina, como canta el Salmo 110: "Tú eres por siempre sacerdote, según el orden de Melquisedec". Jesús es el sacerdote de la humanidad, sacerdote universal, que ha venido para toda la humanidad. Y juntos nos convertimos en un pueblo de sacerdotes, reyes y profetas, en virtud del único sacrificio de Cristo, que nos ha hecho partícipes de su misma vida divina. A la comunión de los hermanos y las hermanas del pueblo santo que Dios se ha adquirido, se confían las promesas mismas de Dios para los pueblos de la tierra: sacerdotes, por ser instrumentos de comunión con la vida divina que con el bautismo ha entrado en nosotros; reyes, porque recibimos la fuerza de la realeza del Señor mediante su gracia; y profetas llamados a comunicar la alegría del Evangelio de Cristo, muerto y resucitado por nosotros.
La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).
Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.
Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.
Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).
La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.