ORACIÓN CADA DÍA

Oración con María, madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración con María, madre del Señor
Martes 14 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hebreos 2,5-12

En efecto, Dios no sometió a los ángeles el mundo venidero del cual estamos hablando. Pues atestiguó alguien en algún lugar: ?Qué es el hombre, que te acuerdas de él? ?O el hijo del hombre, que de él te preocupas? Le hiciste por un poco inferior a los ángeles; de gloria y honor le coronaste. Todo lo sometiste debajo de sus pies. Al someterle todo, nada dejó que no le estuviera sometido. Mas al presente, no vemos todavía que le esté sometido todo. Y a aquel que fue hecho inferior a los ángeles por un poco, a Jesús, le vemos coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte, pues por la gracia de Dios gustó la muerte para bien de todos. Convenía, en verdad, que Aquel por quien es todo y para quien es todo, llevara muchos hijos a la gloria, perfeccionando mediante el sufrimiento al que iba a guiarlos a la salvación. Pues tanto el santificador como los santificados tienen todos el mismo origen. Por eso no se avergüenza de llamarles hermanos cuando dice: Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la asamblea te cantaré himnos. Y también:

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

"?Qué es el hombre, para que te acuerdes de él? ?O el hijo del hombre, para que de él te preocupes?". El autor de la Carta cita el Salmo 8 para recordar a los creyentes el extraordinario amor de Dios: para salvar al hombre del poder del mal y de la muerte, no solo no se queda mirando desde lo alto del cielo, sino que envía a su propio Hijo para que cuide de nosotros y nos salve. Cuando el sufrimiento nos toca, se pone a nuestro lado hasta cargar sobre sí nuestro dolor y nuestros sufrimientos. Ha enviado a su propio Hijo a la tierra para que "llevara muchos hijos a la gloria" (v. 10). El Hijo ha descendido hasta lo más profundo de la historia humana para recoger a todos y ponerlos a salvo en el cielo, convirtiéndose así en el que "iba a guiar a la salvación" (v. 10) a todos los hombres. Es Hijo de Dios, pero no se ha avergonzado de nosotros, de nuestro pecado, o de nuestra pobreza. Es más, ha dicho al Padre: "Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la asamblea te alabaré" (v. 12). Para aquellos cristianos que vivían bajo la pesadilla de las persecuciones y los sufrimientos, este anuncio representaba una gran consolación. Acojamos también nosotros estas palabras, porque todavía hoy son fuente de consolación para quien sufre y está oprimido. Jesús se ha convertido en el "sumo sacerdote" para los creyentes y para toda la humanidad. Es la primera vez que en el Nuevo Testamento se utiliza para Jesús el título de "sumo sacerdote". Tal apelativo no lo aleja de los hombres, al contrario, lo revela como el verdadero intercesor que salva. Unidos a Jesús también nosotros nos convertimos en sacerdotes que, junto al altar de Dios, interceden por los enfermos, los perseguidos y la humanidad entera.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.