ORACIÓN CADA DÍA

Oración del tiempo de Navidad
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración del tiempo de Navidad
Sábado 11 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra
a los hombres de buena voluntad.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Juan 5,5-13

Pues, ?quien es el que vence al mundo
sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Este es el que vino
por el agua y por la sangre: Jesucristo;
no solamente en el agua,
sino en el agua y en la sangre.
Y el Espíritu es el que da testimonio,
porque el Espíritu es la Verdad. Pues tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre,
y los tres convienen en lo mismo. Si aceptamos el testimonio de los hombres,
mayor es el testimonio de Dios,
pues este es el testimonio de Dios,
que ha testimoniado acerca de su Hijo. Quien cree en el Hijo de Dios
tiene el testimonio en sí mismo.
Quien no cree a Dios
le hace mentiroso,
porque no ha creído en el testimonio
que Dios ha dado acerca de su Hijo. Y este es el testimonio:
que Dios nos ha dado vida eterna
y esta vida está en su Hijo. Quien tiene al Hijo, tiene la vida;
quien no tiene al Hijo, no tiene la vida. Os he escrito estas cosas
a los que creéis en el nombre del Hijo de Dios,
para que os deis cuenta de que tenéis vida eterna.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Existe una relación directa entre fe, amor y observancia del Evangelio. Y con este tipo de fe y de amor es como los cristianos, siguiendo el ejemplo de Jesús, pueden derrotar el mal presente en el mundo. Juan nos recuerda que el amor de Jesús se ha revelado con el agua y con la sangre, dos imágenes con las que el apóstol evoca el día del bautismo en el Jordán y el de la muerte de Jesús en la cruz. Este misterio de amor -que es Jesús mismo- se hace presente en nosotros a través del Espíritu Santo. Este amor nos libra de la soledad y nos hace partícipes del misterio de Jesús. El Espíritu Santo es la fuerza que nos permite gustar el sabor espiritual de las Sagradas Escrituras, que nos reúne para convertirnos en pueblo sacerdotal que celebra la santa liturgia y nos da la fuerza para cambiar el mundo. El Espíritu Santo es el que hace que el amor mismo de Jesús habite en nuestros corazones. Y, como si quisiera garantizar a los cristianos la belleza del amor evangélico, Juan nos recuerda que los mandamientos de Dios no son pesados ni oprimen la vida. Al contrario, nos libran de la esclavitud del amor por nosotros mismos y del sometimiento a las modas del mundo. Vienen a la mente las palabras que Jesús dirigió a las muchedumbres que lo seguían: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os proporcionaré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 11,28-30). Con su carta, Juan se hace eco de estas palabras de Jesús y nos recuerda que el Evangelio no se nos impone como un peso, sino como la ayuda para vivir desde ya una vida plena con Jesús resucitado.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.