ORACIÓN CADA DÍA

Oración del tiempo de Navidad
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración del tiempo de Navidad
Jueves 9 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra
a los hombres de buena voluntad.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Juan 4,11-18

Queridos,
si Dios nos amó de esta manera,
también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie le ha visto nunca.
Si nos amamos unos a otros,
Dios permanece en nosotros
y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos
que permanecemos en él y él en nosotros:
en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto
y damos testimonio
de que el Padre envió a su Hijo,
como Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios,
Dios permanece en él y él en Dios. Y nosotros hemos conocido
el amor que Dios nos tiene,
y hemos creído en él.
Dios es Amor
y quien permanece en el amor
permanece en Dios y Dios en él. En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros:
en que tengamos confianza en el día del Juicio,
pues como él es, así somos nosotros en este mundo. No hay temor en el amor;
sino que el amor perfecto expulsa el temor,
porque el temor mira el castigo;

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.

"Si Dios nos ha amado de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros". El amor evangélico no es un amor cualquiera: debe tener las mismas cualidades, la misma naturaleza y la misma pasión que el amor que Dios siente por nosotros. Podríamos preguntarnos: ?cómo es posible vivir un amor así si "a Dios nadie le ha visto nunca"? He aquí la respuesta de Juan: "Si nos amamos unos a otros, Dios mora en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a la perfección". En el prólogo de su Evangelio, el apóstol le escribe: "A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, él lo ha contado" (1,18). Es Jesús quien nos ha revelado el rostro del Padre. En efecto, mirando a Jesús podemos decir con toda razón: "Dios es amor". Todo en Jesús habla de un amor que no conoce límites. En esta carta, el apóstol insiste en decir que si nos amamos los unos a los otros habitamos en Dios, es decir, estamos en él como en una morada, como en su casa. En esta casa en la que estamos llamados a vivir, estamos unidos los unos a los otros por su Espíritu, que el Padre ha derramado en nuestros corazones. Si permanecemos en este amor, podemos observar su Palabra y amarnos los unos a los otros. Y esta es la perfección. No somos perfectos porque no tengamos ninguna mancha, sino porque nos dejamos abrazar por Dios y por su amor que nos libra de todo miedo, de todo temor. En un mundo habitado por tantos miedos, los cristianos son testigos de un Dios que es Padre, que ama a todos sus hijos hasta dar a su Hijo primogénito por la salvación de todos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.