Lectura de la Palabra de Dios
Aleluya, aleluya, aleluya.
Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra
a los hombres de buena voluntad.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Primera Juan 4,7-10
Queridos,
amémonos unos a otros,
ya que el amor es de Dios,
y todo el que ama
ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios,
porque Dios es Amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene;
en que Dios envió al mundo a su Hijo único
para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor:
no en que nosotros hayamos amado a Dios,
sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo
como propiciación por nuestros pecados.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
"Amémonos unos a otros", escribe Juan en su primera carta, y, con una afirmación nunca antes usada en toda la Biblia, define el misterio mismo de Dios: "Dios es amor". San Agustín comenta: "Aunque en las restantes páginas de esta carta no se dijese nada más en alabanza de la caridad, aunque no se dijese nada más en el resto de la Escritura entera y hubiésemos oído de la boca del Espíritu Santo solo esta afirmación, que Dios es amor, nada más deberíamos buscar". Afirmando que "Dios es amor", Juan resume todo lo que la historia de la salvación atestigua: es decir, que Dios ha elegido a su pueblo para amarlo, para liberarlo del pecado y de la muerte. Y se trata de un amor tan fiel que no abandona al pueblo ni siquiera cuando este lo traiciona. Jesús lo ha mostrado de una forma inimaginable: ha dado su propia vida para salvar a los hombres, incluso a los que le estaban matando. En el cuarto Evangelio Juan proclama la calidad del amor de Dios: "En esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él". Entonces ?cómo no comprender el razonamiento apasionado que quiere convencer el corazón y la mente de los discípulos para acoger este amor, para vivirlo y así comprenderlo? Escribe también el apóstol: "Si Dios nos ha amado de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros". El amor del que se habla es el que Jesús mismo ha vivido hasta el final. Quien lo acoge permanece en Dios y desde ese momento lo conoce en lo más íntimo.
La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).
Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.
Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.
Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).
La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.