ORACIÓN CADA DÍA

Oración del tiempo de Navidad
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración del tiempo de Navidad
Sábado 4 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra
a los hombres de buena voluntad.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Juan 3,7-10

Hijos míos,
que nadie os engañe.
Quien obra la justicia es justo,
como él es justo. Quien comete el pecado es del Diablo,
pues el Diablo peca desde el principio.
El Hijo de Dios se manifestó
para deshacer las obras del Diablo. Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado
porque su germen permanece en él;
y no puede pecar
porque ha nacido de Dios. En esto se reconocen
los hijos de Dios y los hijos del Diablo:
todo el que no obra la justicia
no es de Dios,
ni tampoco el que no ama a su hermano.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ya en su Evangelio, Juan reproduce las palabras que Jesús dijo a propósito del diablo: es "mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8,44). Pues bien, Jesús ha venido a salvarnos del poder del diablo que nos empuja al pecado y a la mentira. El apóstol sabe bien que el pecado sigue estando presente en la vida de los cristianos, es más, se da por descontado que está. La decisión que los discípulos están llamados a tomar es la de practicar la justicia. Pero esto solo es posible si nos mantenemos unidos a Jesús, si permanecemos en él y en su amor. Quien permanece unido a Cristo se alimenta de su linfa vital, de su amor, y así puede dar buenos frutos. Viene a la mente la parábola joánica de la vid y los sarmientos (Jn 15,1-5). El apóstol no quiere decir que los creyentes no caen en pecado, pero si conservan el amor de Dios en su corazón, ya han vencido radicalmente el mal y viven en la comunión con Dios y con los hermanos. Por eso "no pueden pecar". Aunque todos seamos pecadores -y lo somos realmente- queda en nosotros un "germen" divino que nos conduce por el camino del amor. Quien ha nacido de Dios -afirma Juan- no peca porque el amor de Dios permanece en él por medio del Espíritu. Y el Espíritu hace cumplir las obras de Dios. Por esto los hijos de Dios se distancian de los hijos de la iniquidad, pues estos últimos no practican la justicia, no observan el único mandamiento, el del amor, que lleva a unirse a Dios y a los hermanos. En el amor se manifiesta la verdadera justicia.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.