ORACIÓN CADA DÍA

Oración del tiempo de Navidad
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración del tiempo de Navidad
Viernes 3 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra
a los hombres de buena voluntad.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Juan 2,29-3,6

Si sabéis que él es justo,
reconoced que todo el que obra la justicia
ha nacido de él. Mirad qué amor nos ha tenido el Padre
para llamarnos hijos de Dios,
pues ¡lo somos!.
El mundo no nos conoce
porque no le conoció a él. Queridos,
ahora somos hijos de Dios
y aún no se ha manifestado lo que seremos.
Sabemos que, cuando se manifieste,
seremos semejantes a él,
porque le veremos tal cual es. Todo el que tiene esta esperanza en él
se purifica a sí mismo, como él es puro. Todo el que comete pecado
comete también la iniquidad,
pues el pecado es la iniquidad. Y sabéis que él se manifestó
para quitar los pecados
y en él no hay pecado. Todo el que permanece en él, no peca.
Todo el que peca,
no le ha visto ni conocido.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El amor -el ágape- es la esencia de la vida cristiana, porque es la esencia misma de Dios. Quien vive en el amor viene de Dios. El apóstol sabe bien que nos encontramos en el corazón del misterio de Dios y nos exhorta a contemplarlo: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!". El amor de Dios, que salva del pecado y de la muerte, hace que los cristianos sean "incomprensibles" para la mentalidad de este mundo. En efecto, hay una ineludible dimensión de extrañeza del Evangelio hacia la mentalidad del mundo que requiere de los discípulos un testimonio de tintes heroicos. El amor de Dios es gratuidad total, es decir, amor sin límites, incluso por los enemigos. En un mundo en que el interés por uno mismo y la idolatría del beneficio son mandamientos indiscutibles, el Evangelio suena inevitablemente a escándalo. Y en la historia de la Iglesia no han faltado cristianos que han dado testimonio del heroísmo del amor hasta la efusión de su sangre. Pero llegará el tiempo en que la victoria del amor será evidente, se impondrá, y los cristianos, que ahora ven como en un espejo, verán el rostro del Señor "tal cual es", escribe Juan, que con estas palabras se hace eco de aquel "cara a cara" del que el apóstol Pablo habla en su carta a los Corintios (1 Co 13,12).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.