Recuerdo de los santos Basilio el Grande (+ 379), obispo de Cesarea y padre del monacato en Oriente, y Gregorio de Nacianzo (+ 389), doctor de la Iglesia y patriarca de Constantinopla. Leer más
Recuerdo de los santos Basilio el Grande (+ 379), obispo de Cesarea y padre del monacato en Oriente, y Gregorio de Nacianzo (+ 389), doctor de la Iglesia y patriarca de Constantinopla.
Lectura de la Palabra de Dios
Aleluya, aleluya, aleluya.
Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra
a los hombres de buena voluntad.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Primera Juan 2,22-28
?Quién es el mentiroso
sino el que niega que Jesús es el Cristo?
Ese es el Anticristo,
el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo
tampoco posee al Padre.
Quien confiesa al Hijo
posee también al Padre. En cuanto a vosotros,
lo que habéis oído desde el principio
permanezca en vosotros.
Si permanece en vosotros
lo que habéis oído desde el principio,
también vosotros permaneceréis
en el Hijo y en el Padre, y esta es la promesa que él mismo os hizo:
la vida eterna. Os he escrito esto
respecto a los que tratan de engañaros. Y en cuanto a vosotros,
la unción que de El habéis recibido
permanece en vosotros
y no necesitáis que nadie os enseñe.
Pero como su unción os enseña acerca de todas las cosas
- y es verdadera y no mentirosa -
según os enseñó, permaneced el él. Y ahora, hijos míos, permaneced en él
para que, cuando se manifieste,
tengamos plena confianza
y no quedemos avergonzados lejos de él
en su Venida.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
El apóstol Juan afirma que el Espíritu "es verdadero y no mentiroso". Ya en su discurso de despedida Jesús les había dicho a los discípulos: "El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn 14, 26). Permanecer en la "unción" significa, por tanto, mantenerse fieles a esa Palabra que hemos recibido desde el principio y que nos ha engendrado a la nueva vida. La salvación no depende principalmente de las obras que cumplimos sino, precisamente, de perseverar en la Palabra que nos ha engendrado y en la comunidad en la que hemos sido engendrados y cuidados para crecer. Es un "permanecer" sin duda físico, concreto, existencial, afectivo, participativo: no nos podemos amar sin vernos, sin frecuentarnos, sin ayudarnos, sin vivir juntos. Pero evidentemente no se trata de un permanecer solo físico. Debe ser un permanecer inspirado por el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús, hecho de escucha de la Palabra de Dios y obediencia a la misma, de oración y fraternidad entre todos, de compromiso por comunicar el Evangelio y de servicio generoso para el crecimiento de la fraternidad entre todos. Quien permanece en la comunidad de manera espiritual, es decir, con la mente, el corazón y el cuerpo, en la obediencia al Evangelio, permanece en Dios. En esto consiste la "vida eterna", en una vida que no termina y que ni siquiera la muerte podrá destruir.
La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).
Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.
Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.
Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).
La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.