Recuerdo de los santos inocentes. Oración por todos los que mueren víctimas de la violencia, desde el seno de la madre hasta la edad anciana. Leer más
Recuerdo de los santos inocentes. Oración por todos los que mueren víctimas de la violencia, desde el seno de la madre hasta la edad anciana.
Lectura de la Palabra de Dios
Aleluya, aleluya, aleluya.
Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra
a los hombres de buena voluntad.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Mateo 2,13-18
Después que ellos se retiraron, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle.» El se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo. Entonces Herodes, al ver que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo, según el tiempo que había precisado por los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: Un clamor se ha oído en Ramá,
mucho llanto y lamento:
es Raquel que llora a sus hijos,
y no quiere consolarse,
porque ya no existen.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Tanto la Iglesia de Oriente como la de Occidente honran a los santos inocentes, asesinados por Herodes para eliminar a Jesús. "¡Todavía no hablan y ya confiesan a Cristo! Todavía no son capaces de afrontar la lucha... y sin embargo ya llevan triunfantes la palma del martirio", canta un antiguo Padre de la Iglesia. Herodes personifica la fuerza bruta del mal. En su corazón está la furia homicida que desencadena dolor, llanto, gritos y lamentos. Es la obsesión del poder que, con tal de conservarse, empuja a masacres crueles e injustificables. Herodes es la ferocidad de la guerra que, todavía hoy, asesina a muchos niños inocentes. ?Cómo contrarrestar esta ferocidad? El Evangelio nos habla del manso José. Él, carente de poder alguno, fuerte solo de la fe y del amor apasionado por el niño, se deja conducir por el ángel: "Toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto". Esta página evangélica no está relegada al pasado. Es de una increíble actualidad. ¡Cuántos pequeños en nuestros días encuentran la muerte mientras huyen de la guerra y los conflictos, en medio de la cruel indiferencia de quien está tan concentrado en sí mismo que ha petrificado su corazón y no se conmueve ni siquiera por estos pequeños que podemos considerar los "nuevos mártires inocentes"! La crueldad con los niños es una terrible plaga que golpea transversalmente al mundo entero. Los cristianos y los hombres de buena voluntad están llamados a escuchar al ángel del Señor, como hizo José, tomando consigo a estos pequeños para librarlos de la violencia y salvarlos.
La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).
Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.
Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.
Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).
La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.