Recuerdo de san Martín de Tours (+ 397), obispo de Francia, que se convirtió partiendo su manto con un pobre y fue padre de monjes y de pobres. Leer más
Recuerdo de san Martín de Tours (+ 397), obispo de Francia, que se convirtió partiendo su manto con un pobre y fue padre de monjes y de pobres.
Lectura de la Palabra de Dios
Aleluya, aleluya, aleluya.
Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Lucas 17,1-6
Dijo a sus discípulos: «Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen! Más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino y sea arrojado al mar, que escandalizar a uno de estos pequeños. Cuidaos de vosotros mismos. «Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale. Y si peca contra ti siete veces al día, y siete veces se vuelve a ti, diciendo: "Me arrepiento", le perdonarás.» Dijeron los apóstoles al Señor; «Auméntanos la fe.» El Señor dijo: «Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: "Arráncate y plántate en el mar", y os habría obedecido.»
Aleluya, aleluya, aleluya.
El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Jesús pide a los discípulos: "Andad con cuidado". Tener cuidado de uno mismo, del comportamiento que cada uno tiene, de la fidelidad al Evangelio es una tarea primordial para cada discípulo y aún más para los que tienen responsabilidades pastorales. Jesús añade que la disponibilidad por perdonar también forma parte de la sabiduría. Cada uno de nosotros conoce bien su fragilidad y sabe que cae fácilmente en el pecado. Jesús nos da expresamente la fuerza de perdonar. La capacidad de perdonar no es espontánea. Es más, el perdón hoy es algo raro. Y por desgracia la venganza tiene mucho más espacio en la vida de cada día. Es urgente que la misericordia y el perdón se apliquen con profusión ante la facilidad con la que se afirma el pecado. Perdonar "siete veces", como pide Jesús, significa que hay que perdonar siempre. Evidentemente, no se trata de mostrarse condescendiente con el pecado. Jesús exige siempre el arrepentimiento por la culpa cometida y el consiguiente cambio de vida. Pero nunca debe faltar la disponibilidad a la misericordia. La misericordia es signo de la presencia de Dios entre los hombres. Los discípulos comprenden que la misericordia no nace de ellos, comprenden que tienen fuertemente arraigado en su interior el instinto de permanecer en el odio o al menos en la indiferencia. Por eso le piden al Señor: "Auméntanos la fe". Jesús -sorprendiéndonos tal vez también a nosotros- contesta diciendo que de fe basta una pequeña medida, la medida de un grano de mostaza. Esa pequeña fe, esa pequeña confianza en Dios, es capaz de hacer milagros.
La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).
Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.
Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.
Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).
La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.