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Oración de la Vigilia
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Oración de la Vigilia

Recuerdo de san Wenceslao (+ 929), venerado como mártir en Bohemia. Recuerdo de William Quijano, joven salvadoreño de la Comunidad de Sant'Egidio asesinado en 2009 por las maras. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración de la Vigilia
Sábado 28 de septiembre

Recuerdo de san Wenceslao (+ 929), venerado como mártir en Bohemia. Recuerdo de William Quijano, joven salvadoreño de la Comunidad de Sant'Egidio asesinado en 2009 por las maras.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 9,43-45

y todos quedaron atónitos ante la grandeza de Dios. Estando todos maravillados por todas las cosas que hacía, dijo a sus discípulos: «Poned en vuestros oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres.» Pero ellos no entendían lo que les decía; les estaba velado de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La insistencia en decir "Poned en vuestros oídos..." parece querer quebrar la dureza de la mente de los discípulos en comprender su verdadera identidad. Les advierte con fuerza de que no se dejen engañar por la admiración que todos sienten por él, porque le espera una muerte humillante y dolorosa. "Ser entregado en manos de los hombres", en el lenguaje bíblico, significa la suerte dolorosa y cruel de una persona abandonada por Dios y que queda precisamente a merced del poder de los hombres y de su arbitrio. Efectivamente, eso es lo que pasará. Pero a pesar de tanta claridad -subraya el evangelista- los discípulos no comprenden. Es una indicación que podemos aplicarnos también a nosotros, que muchas veces, como los discípulos de entonces, estamos distantes de los pensamientos de Jesús, de sus preocupaciones y sobre todo de la idea que tenía de su misión. La salvación no se materializa en la fuerza ni en el poder humano, sino únicamente en el camino del amor por todos, un amor que llega incluso a dar la vida por los enemigos. El evangelista destaca que los discípulos continúan sin entender las palabras de Jesús: "les estaba velado su sentido de modo que no lo comprendían". Y se quedaron en silencio, sin pedir más explicaciones. Es una actitud de dureza y de desconfianza. No aceptan su ignorancia y prefieren quedarse a oscuras. No obstante, Jesús no los abandona. Continúa instruyéndolos con la esperanza de que poco a poco comprendan el Evangelio.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.