ORACIÓN CADA DÍA

Oración con María, madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración con María, madre del Señor
Martes 24 de septiembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 8,19-21

Se presentaron donde él su madre y sus hermanos, pero no podían llegar hasta él a causa de la gente. Le anunciaron: «Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte.» Pero él les respondió: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El evangelista Lucas coloca este episodio inmediatamente después de la parábola del sembrador y de la lámpara que debe brillar. Y no lo hace por casualidad. Quiere subrayar que es fundamental escuchar la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia y de toda comunidad cristiana. La familia de Jesús está formada por aquellos que lo escuchan e intentan poner en práctica su palabra. Podríamos decir que es una familia alternativa, no porque se oponga a los vínculos de sangre, sino porque pone como base de todos los vínculos el que tenemos con Jesús, que hace más firmes y fuertes los demás vínculos. Lucas dice que los parientes se quedan "fuera", en contraposición con los que están "dentro" escuchando a aquel maestro. Es evidente que no se trata solo de una indicación de tipo espacial. Existe una neta división entre los que están fuera -es decir, que no escuchan- y los que están dentro -es decir, que sí escuchan-. Jesús, tras ser advertido de la presencia de sus parientes, responde que su verdadera familia está formada por aquellos que están dentro, a su alrededor, para escucharlo. Para ser partícipes de esta familia se requiere escuchar el Evangelio y comprometerse a ponerlo en práctica. María, la madre de Jesús, es el ejemplo para todos. Ella fue la primera que creyó en la Palabra de Dios que el ángel le había comunicado, como recuerda Lucas: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra". No hay aquí desprecio alguno por los lazos familiares. Al contrario, la presencia de María demuestra que la fe -la fe que ella tenía por su hijo- enriquece los lazos familiares. Isabel, conociendo la fe de María, pronuncia sobre ella la primera bienaventuranza del Evangelio: "Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.