ORACIÓN CADA DÍA

Oración con María, madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración con María, madre del Señor
Martes 2 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 8,23-37

Subió a la barca y sus discípulos le siguieron. De pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas; pero él estaba dormido. Acercándose ellos le despertaron diciendo: ?¡Señor, sálvanos, que perecemos!? Díceles: ??Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?? Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza. Y aquellos hombres, maravillados, decían: ??Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?? Al llegar a la otra orilla, a la región de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, y tan furiosos que nadie era capaz de pasar por aquel camino. Y se pusieron a gritar: ??Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios? ?Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?? Había allí a cierta distancia una gran piara de puercos paciendo. Y le suplicaban los demonios: ?Si nos echas, mándanos a esa piara de puercos.? El les dijo: ?Id.? Saliendo ellos, se fueron a los puercos, y de pronto toda la piara se arrojó al mar precipicio abajo, y perecieron en las aguas. Los porqueros huyeron, y al llegar a la ciudad lo contaron todo y también lo de los endemoniados. Y he aquí que toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, en viéndole, le rogaron que se retirase de su término.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús está en la barca con los discípulos de camino a la otra orilla del mar. Durante la travesía se duerme. De repente se desencadena una tempestad. Experimentamos como los discípulos nuestra fragilidad, sentimos que no tenemos seguridades y protecciones verdaderas. La barca es zarandeada por las olas. Jesús sigue durmiendo. Los discípulos son presa del miedo y se muestran desconcertados cuando ven que su maestro duerme. Parece que ellos no le importan nada. "¡Señor, sálvanos, que perecemos!" Es un grito de desesperación y al mismo tiempo de confianza, como es muchas veces nuestra oración. Creen que el Señor era indiferente. Muchas veces nuestra poca fe nos ha hecho creer que el Señor no nos defiende, no nos ayuda, no nos protege. Olvidamos que Jesús está en nuestra barca. Jesús se despierta y reprocha a los discípulos su poca fe. Deberían saber, en efecto, que mientras están con el Señor no hay que temer ningún mal. Así reza el salmo 23: "Aunque fuese por valle tenebroso, ningún mal temería, pues tú vienes conmigo". Jesús no es indiferente, sino sereno como quien se abandona a la protección del Padre. Frente a la tranquilidad de Jesús, los apóstoles y también nosotros somos personas realmente de poca fe. Basta una palabra de Jesús para que el mal retroceda. Los que han presenciado la escena -el evangelista parece sugerir que no son solo los discípulos, sino también los que lo han visto desde la orilla- quedan atónitos. El discípulo (y también la conversión) nace del estupor al ver que la Palabra de Jesús calma las tempestades de la vida, incluso cuando parece que es inevitable hundirse.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.