ORACIÓN CADA DÍA

Oración por la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración por la Iglesia
Jueves 27 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 7,21-29

?No todo el que me diga: "Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel Día: "Señor, Señor, ?no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?" Y entonces les declararé: "¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!" ?Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina.? Y sucedió que cuando acabó Jesús estos discursos, la gente quedaba asombrada de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Estas palabras del Evangelio nos ayudan a comprender dónde encontrar la estabilidad de la vida. Y en este tiempo de tanta inestabilidad, en el que vemos lo precaria que es nuestra vida y la vida del mundo, estas palabras nos dicen que construyamos nuestra casa sobre la roca no solo para nosotros, sino para todas aquellas personas que no saben adónde ir. Estamos en un tiempo de guerra, con todas sus consecuencias. Como dice Jesús, es el tiempo de la lluvia, de los ríos que se desbordan, de los vientos que soplan con fuerza, como una gran tormenta y una inundación que lo quiere hundir todo. Pero "Dios es nuestro refugio y fortaleza", como dice el Salmo 46, "socorro en la angustia, siempre a punto. Por eso no tememos si se altera la tierra, si los montes vacilan en el fondo del mar". En los tiempos difíciles tenemos una fuerte tentación de estar solos y de pensar en nosotros, pero actuando así en realidad nos engañamos, porque en el tiempo de la tormenta esa tentación es la "arena" que hace que la casa caiga. Como escribía el cardenal Martini, "no debemos olvidar al adversario que a través del cansancio, el aburrimiento y la frustración quiere debilitar nuestra vida. En esos momentos debemos resistir con fuerza, ¡resistir, resistir, resistir!". La roca más sólida es la que está en lo más profundo y que encontramos leyendo la Biblia. Dice Jesús que entrará en el reino aquel que hace la voluntad del Padre. Y la voluntad del Padre es que no perdamos a ninguno de sus hijos, que todos puedan tener ya ahora un lugar y una casa y que preparemos ese lugar para el que es abandonado.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.