La noche del 9 al 10 de noviembre de 1938 es conocida como la noche de los cristales rotos ( Kristallnacht ). Aquel día, un pogromo de la Alemania nazi contra los judíos llevó a la muerte a más de 90 personas. En Alemania y en Austria se incendiaron y destruyeron centenares de sinagogas, se profanaron cementerios, se destruyeron miles de pequeños negocios y se detuvieron a más de treinta mil judíos. Hay momentos de la historia, como la Kristallnacht , que son decisivos. No se tendría que haber llegado nunca a una noche así, fruto de los discursos de odio, de la propagación de las leyes raciales, de la propaganda incendiaria, de noticias falsas y de la indiferencia generalizada. Aquella noche constituye un momento crucial de la historia del siglo XX. Dio paso a la primera gran deportación de judíos, durante la Segunda Guerra Mundial, y después al Holocausto.
Con el lema “No hay futuro sin memoria”, la Comunidad de San Egidio ha recordado en Barcelona y por toda Europa el inicio de la deportación de los judíos con marchas y manifestaciones. Memoria y futuro van juntos. Memoria y futuro son decisivos en un momento en que vivimos aplastados por un presentismo sin memoria y sin visión, sin historia y sin proyecto de futuro. Hannah Arendt decía que “memoria y profundidad son lo mismo, o mejor dicho, el hombre
solo puede alcanzar la profundidad con la memoria”. La profundidad es un recurso que podemos conquistar ante los simplificadores prepotentes de nuestro tiempo. Vivimos un tiempo complejo e inquietante que no se puede explicar con simplificaciones. El aumento de conflictos, la guerra que vuelve a desangrar a Europa y el retorno de los discursos de odio nos pueden llevar a pensar que la humanidad es incapaz de aprender de sus errores. No podemos perder la memoria: nos tiene que acompañar siempre y evitar que repitamos errores trágicos.
Hay un ejercicio de memoria que hacemos juntos recordando, entendiendo qué pasa. Si no lo hacemos así nos olvidamos rápidamente de las lecciones de la historia. Para construir un futuro en paz tenemos que dejar atrás los agravios que hemos sufrido y las razones que tenemos, debemos cuidarnos de la superficialidad, de la polarización y de los esquemas ideológicos.
Cada momento es diferente pero el clima belicoso y los discursos de exclusión contra los refugiados, los pobres o las personas de otros países, culturas o religiones son preocupantes. Los prejuicios hacia las minorías y la división social son la antesala de males peores. Jaime Vandor, que vivió su infancia en Bucarest al borde del Holocausto, afirmaba que “el hombre es más propenso a la pasión que a la reflexión y los pueblos tienen la memoria corta”. Siempre desconfió de la seguridad con que se vivía en Europa, donde afortunadamente hubo paz en la segunda mitad del siglo XX. Decía que “el mal es una opción abierta que no se duerme nunca definitivamente”. Y añadía: “Todo se puede repetir. Mantengamos la conciencia alerta”. Hacer memoria es mantenerse alerta y evitar los errores del pasado y construir el futuro con esperanza.
No podemos dejar solo ni aislar ningún pueblo, como se hizo con el judío durante la Segunda Guerra Mundial. En la guerra pasan las cosas más terribles y se dan los sentimientos más terribles: el odio, el racismo, el antisemitismo. A la violencia y a la guerra no se les puede dejar espacio, porque cuando se desencadenan engullen la vida de las personas y de los pueblos, y siempre dejan el mundo peor de cómo lo han encontrado. No podemos olvidar la sabiduría de los testigos de la guerra que han afirmado con convicción: “Nunca más la guerra”. Es imprescindible, con palabras del papa Francisco, “poner la paz en el corazón del futuro, como objetivo central de nuestro comportamiento personal, social y político”.
[ Jaume Castro ]