La guerra de Ucrania nos recuerda otras muchas guerras y conflictos abiertos: Siria, Yemen, Sudán, Sudán del Sur, Afganistán o Etiopía. La pluralidad de actores y el poder armamentístico de nuestro mundo globalizado favorecen la eternización de la guerra: se insinúa en pequeños conflictos que parecen insignificantes, pero es insaciable y termina siendo incontrolable. La guerra deja nuestro futuro en manos de muy pocos que deciden por nosotros o del azar. Es diabólica, contagia cuanto tiene a su alrededor, lo envuelve todo y hace que solo se hable de ella. Ha silenciado incluso los urgentes esfuerzos que debemos hacer contra el cambio climático.
Ya no son solo las víctimas de la guerra –de las que no sabemos ni tan solo el número en Ucrania– o los millones de refugiados que han tenido que abandonar sus casas, los que revelan el fracaso de la guerra. La crisis económica, que amenaza de hambre a millones de personas en África, o la amenaza nuclear se están convirtiendo en una grave amenaza mundial.
La guerra deja el futuro en manos de muy pocos que deciden por nosotros o del azar
Durante la llamada la crisis de los misiles de Cuba, el papa Juan XXIII, en su mensaje radiofónico del 25 de octubre de 1962, imploraba así a los gobernantes: “Escuchen el grito angustioso que, desde todas las partes de la tierra, desde los niños inocentes hasta los ancianos, desde las personas, hasta las comunidades, sube al cielo: ¡Paz! ¡Paz!”. Son palabras de una actualidad impresionante. No podemos hacer oídos sordos al grito “angustiado” de millones de inocentes. El presidente de la Comunidad de Sant’Egidio, Marco Impagliazzo, se hacía eco de las palabras del papa Bueno en el Coliseo de Roma, en la ceremonia final del Encuentro Internacional por la paz, en el espíritu de Asís, titulado este año “El grito de la paz”.
El papa Francisco, presente en el Coliseo, afirmó: “No se puede eliminar la invocación de la paz, porque se eleva del corazón de las madres, está escrita en el rostro de los refugiados, de las familias que huyen, de los heridos o de los que están muriendo. Y este grito silencioso sube al Cielo. No conoce fórmulas mágicas para salir de los conflictos, pero tiene el derecho sacrosanto de pedir la paz en nombre de los sufrimientos pasados, y merece ser escuchado. Merece que todos, empezando por los gobernantes, se inclinen a escuchar con seriedad y respeto. El grito de la paz expresa el dolor y el horror de la guerra, madre de todas las pobrezas”.
Paz, Pau, Peace, Paix... pidieron, cada uno en su idioma, miles de hombres y mujeres de diferentes religiones y culturas expresando su compromiso de afirmar el ius pacis, el derecho a la paz, para todo el mundo. El manifiesto final del encuentro, firmado por el papa Francisco y los lideres religiosos afirma: “¡basta ya de guerra! Paremos todos los conflictos. La guerra solo trae muerte y destrucción, es una aventura sin retorno en la que todos salimos perdiendo. Que callen las armas y se declare un alto el fuego universal. Que empiecen pronto, antes de que sea demasiado tarde, negociaciones que sean capaces de llegar a soluciones justas para una paz estable y duradera. Que vuelva el diálogo para eliminar la amenaza de las armas nucleares.”.
Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de Sant’Egidio, habló de una “imaginación alternativa que dibuje una visión de paz ante pensamientos cansados y resignados” para construir la paz. Seguramente ahora es el momento de buscar nuevos caminos con diplomacia y diálogo. En este sentido, el presidente Macron que participó en la jornada inaugural afirmó: “La paz es profundamente impura, ontológicamente, porque acepta una serie de inestabilidades, de inconvenientes, que, sin embargo, hacen posible esta coexistencia entre el otro y yo”.
La paz siempre es posible. Cuando parece que los caminos de la paz están cerrados desde Roma surge una fuerte esperanza hecha de confianza en la ayuda de Dios, de espera en los líderes políticos y de confianza en la voluntad de los pueblos. En la jornada de oración por la paz fue significativo que los cristianos rezaran en el anfiteatro del Coliseo, un lugar de violencia y martirio. Los judíos lo hicieron debajo del arco de Tito, donde todavía se conserva la imagen del saqueo del Templo y de la destrucción de Jerusalén. Todas las religiones, junto a hombres y mujeres de buena voluntad, creyentes y no creyentes, invocaron uno al lado de otro la esperada paz.
[ Jaume Castro ]