Queridos amigos, buenas tardes.
Este año, aunque de una manera más sobria que en otras ocasiones, la Comunidad vuelve a celebrar su aniversario en esta basílica catedral de Roma. Estar aquí juntos enriquece la alegría de la fiesta. Doy las gracias de todo corazón a todos los amigos que nos acompañan no solo en este momento, sino también en muchos momentos y situaciones durante el año. Poder dar gracias al Señor juntos, presencialmente, asume un valor especial tras largos meses en los que el distanciamiento ha sido una constante en nuestra vida.
Le saludo especialmente a usted, cardenal Gualtiero Bassetti, y le agradezco sus palabras y la amistad –ya lo ha repetido en su homilía– con las que acompaña a la Comunidad en Italia. Eminencia, yo le doy las gracias en nombre de todos nosotros por su servicio a la Iglesia y al país en su perseverante obra de recomponer el tejido social y religioso italiano. Doy las gracias al decano del colegio cardenalicio y a todos los cardenales, los arzobispos y obispos aquí presentes, la numerosa representación del cuerpo diplomático que es muestra del aprecio que sienten muchos países por el servicio al diálogo y a la paz de la Comunidad.
Quisiera dar las gracias a los miembros del Gobierno italiano, al ministro Luigi Di Maio, a la ministra Luciana Lamorgese, con quienes colaboramos en importantes programas humanitarios, sociales y de cooperación internacional. Ya lo ha dicho el cardenal, pero quisiera destacar entre todos ellos, el programa de los corredores humanitarios: 4000 personas que se han salvado estos años, de manera segura, y que han sido acogidas e integradas en nuestro país. 4000 vidas humanas. Son corredores que podemos hacer gracias a la cooperación con los ministerios de Exteriores y de Cooperación Internacional y del interior: una buena práctica italiana que ha abierto vías de humanidad en varios países y que es muestra de aquel carácter italiano de humanidad que distingue a nuestra sociedad. Saludo muy especialmente a Laura Mattarella, a quien expreso mi mayor gratitud. Y a mi amigo el general Francesco Figliuolo, por la estrecha colaboración que hemos tenido en la realización de aquella obra tan hermosa que es el centro de vacunación para los invisibles de Roma.
En este tiempo hemos entendido mejor el valor de los lazos y las relaciones. El sufrimiento de la pandemia ha puesto a prueba los lazos. Y para muchas personas de nuestra sociedad, perder o reducir sus lazos ha significado perder mucho, o tal vez todo. Para muchos ancianos, incluso la vida. La prueba a la que nos hemos visto sometidos nos ha demostrado con gran evidencia que solos no tenemos futuro. Y me impresiona que el tema de superar la soledad se planteara ya en la primera reunión de la pequeña Comunidad que daba sus primeros pasos aquí en Roma, en febrero de 1968. Estamos en un momento trascendental de la historia. Decía un sabio patriarca ortodoxo hace unos meses en Roma, durante la oración por la paz: debemos tener en cuenta que el mundo del pasado ya no existe. Hace unos días, Andrea Riccardi, a quien saludo y doy las gracias en nombre de todos nosotros, decía: "Siento que surge un giro que hace entrar a la Comunidad con fuerza y peso en un momento trascendental de la historia con una idea grande y concreta: hacer realidad la fraternidad, como lazo social en la vida de las ciudades, en las periferias, entre las personas, entre los pueblos, entre los combatientes". Esta es la perspectiva en la que quiere moverse Sant’Egidio: hay que construir lazos, redes a todos los niveles de la sociedad, que luchen contra la fragmentación, el debilitamiento de la vida de quien es vulnerable y la conflictividad.
La pandemia también ha mostrado la capacidad de resiliencia de nuestra sociedad, gracias a la abnegación de muchos sujetos institucionales y de muchos ciudadanos. Esperamos que todos juntos podamos no solo salir de esta crisis, sino salir de ella mejor de lo que somos, como nos pide el papa Francisco. La asamblea de hoy es una imagen de lo que intentamos hacer realidad cada día, desde hace ya 54 años, ensuciándonos las manos en muchas situaciones dolorosas, la imagen de la fraternidad universal profundamente convencidos de que estamos todos unidos. Estamos aquí para hacer concretamente nuestra parte como Comunidad y os agradecemos que estéis a nuestro lado.
Gracias
Saluto de Marco Impagliazzo al término de la liturgia por el 54 aniversario