En la basílica de San Bartolomé de la Isla, se celebró una vigilia de oración para recordar a Adelina Sejdini y con ella a todas las víctimas de la trata. La vigilia fue organizada por la diócesis de Roma, junto con la Comunidad de Sant'Egidio, la Asociación Papa Juan XXIII y Cáritas, y estuvo presidida por S.E. Mons. Benoni Ambarus, obispo delegado para la caridad.
Adelina había llegado a Italia desde Albania a principios de la década de 1990, en una lancha neumática. No había subido a aquella lancha voluntariamente. Unos meses antes de aquel viaje –todavía era una adolescente– una banda de traficantes de personas la secuestró y la maltrató. Junto con ella, dijo Adelina durante un discurso en el Parlamento italiano, había muchas otras chicas muy jóvenes. Los traficantes las llevaron a Italia y las obligaron a prostituirse en la calle. Adelina terminó en una provincia del norte. Los policías italianos, al verla en la calle, la pararon varias veces para preguntarle si necesitaba ayuda, y finalmente después de cuatro años una noche Adelina decidió confiar en ellos y les explicó el infierno que se veía obligada a sufrir.
La denuncia de Adelina permitió que la policía liberara a decenas de niñas y arrestara a más de cuarenta traficantes, desmantelando toda una organización mafiosa dedicada a la trata de personas. A partir de aquel momento, se convirtió en una activista contra la trata y ayudaba a las fuerzas del orden en más operaciones contra lo que ella definía como «esclavitud».
Hace unos años enfermó. Su mayor deseo era obtener la nacionalidad italiana: la nacionalidad sería una muestra de agradecimiento de Italia hacia una mujer que, con su valentía, le había permitido desmantelar una red de traficantes de personas. Sin embargo, la nacionalidad no llegaba. Desesperada, Adelina ya no tenía fuerzas para seguir luchando.
Su muerte en el río, sola, en Trastevere, a principios de noviembre, es un grito contra la soledad y la injusticia.
Al final de la vigilia, los participantes fueron con velas encendidas a orillas del Tíber. Las rosas rojas que todos recibieron después de la bendición fueron depositadas en las aguas del río, como homenaje final al recuerdo de Adelina.
Foto Cáritas, Sant'Egidio, Asociación Papa Juan XXIII