La semana pasada se celebró en Ciudad de México una conferencia impulsada por la Comunidad de Sant’Egidio sobre el tema de la construcción de la paz, a través del diálogo interreligioso, en un mundo fuertemente amenazado por la violencia, con especial atención a la situación de México.
La numerosa y cualificada participación y las preguntas del público hicieron que el acto fuera interesante y significativo.
Fue una historia de Sant’Egidio leída a través de la amistad de siempre con los pobres y los migrantes. Desde el inicio la Comunidad entabló un lazo profundo en Roma –en 1968– con los migrantes que iban allí procedentes del sur de Italia en la posguerra en busca de casa y empleo.
Los habían echado de la ciudad y se veían obligados a vivir en chabolas, marginados, a orillas del Tíber, a uno y otro lado de un caminito de tierra llamado Savini. Eran familias enteras de calabreses, sicilianos, lucanos, sin pan y sin trabajo, con muchos hijos, niños que siempre suspendían en el colegio porque hablaban en dialecto y no en italiano.
"Tampoco nosotros los habríamos visto", ha dicho Alberto Quattrucci, "si la luz de la misericordia no hubiera iluminado su rostro. La misericordia no era en absoluto un sentimiento espontáneo en nosotros, nacía escuchando el Evangelio. Sí, escuchar el Evangelio fue para nosotros la luz que iluminó el rostro de los pobres, y así los vimos, pues espontáneamente no los habríamos ni visto. Allí empezamos a construir la paz... hasta llegar a Mozambique y a muchos otros escenarios actualmente... y los corredores humanitarios".
Hoy el trabajo de la Comunidad de Sant’Egidio de Ciudad de México sigue en el mismo espíritu en las Escuelas de la Paz y con los niños de la calle.