Cada año al menos 15 millones de niñas son obligadas a casarse, una tercera parte de ellas tiene menos de 15 años. Los datos de la Unicef en ocasión del Día internacional de las niñas son alarmantes y revelan una realidad de abusos y violencias que por desgracia todavía está muy extendida a nivel global.
Hablaron de ello el 16 de octubre en Bissau en una conferencia organizada por la Comunidad de Sant'Egidio titulada “Casarse siendo niña puede matar, la educación puede salvar”, donde denunciaron gravísimas violaciones de los derechos de las niñas, y especialmente el tema del matrimonio precoz, que roba la infancia y la vida de muchas niñas africanas, especialmente en Guinea-Bissau.
Hoy en Guinea Bissau miles de niñas son invisibles: víctimas del matrimonio precoz, son obligadas a casarse con hombres adultos. La práctica de las “esposas-niñas”, todavía muy extendida, no solo amenaza seriamente la salud física y psicológica de estas jóvenes, sino que también les impide ir a la escuela, privándolas del ambiente protector de su familia de origen.
El acceso a la educación puede salvar la vida de las niñas: se ha demostrado que estadísticamente las niñas que llegan a hacer educación secundaria tienen menos probabilidades de casarse precozmente respecto a sus coetáneas que no van a la escuela.
La escuela representa, por tanto, un lugar real de protección de los abusos, de la explotación, de los matrimonios y de los embarazos precoces. No obstante, en Guinea Bissau todavía se niega la educación a muchas niñas por varios motivos: religiosos, tradicionales o ideológicos. Y muchas veces quedan aisladas, excluidas de la amistad con los niños de su edad y con los demás miembros de la sociedad, y deben soportar graves repercusiones en la esfera afectiva, social y cultural.
La historia Ramatulai
La Comunidad de Sant'Egidio de Bissau empezó una gran batalla contra el fenómeno de las “esposas-niñas” cuando conoció a Ramatulai, una niña de 13 años de un barrio de la periferia.
En su familia son 6 hijos: sus cinco hermanos van a la escuela, pero ella no. Los proyectos para Ramatulai son otros: casarla con un hombre adulto amigo de su padre. Un día reúne las fuerzas para decirle a sus padres que no quiere, que lo que quiere es ir a la escuela. Sus padres y sus hermanos la pegan y la segregan. Todos quieren impedir su “rebelión”.
Al final Ramatulai logra huir de casa. Es acogida en la familia de sus tíos, en otro barrio de Bissau, va a la Escuela de la Paz de la Comunidad de Sant’Egidio, está contenta y tiene un proyecto: cuando sea mayor quiere ser maestra, enseñar a las demás niñas a leer y escribir para salvar su vida. El gran sueño de Ramatulai es también nuestro sueño para ella y para muchas niñas, en Guinea y en otros países.