Hoy es un día de alegría y de fiesta. La fiesta es de todos: de quien ayuda y de quien es ayudado. La Iglesia es madre cariñosa de todos, y se manifiesta en una única familia, reunida alrededor de Jesús. Jesús no solo fue pobre, sino que vivió la compasión por los pobres. Nosotros tenemos que imitar esta compasión y tenemos que preguntarnos: ¿quiénes son los pobres hoy? Son muchos los que llaman a nuestra puerta y nosotros tenemos que contestar a las palabras de Jesús en el Evangelio de Mateo: «Era forastero y me acogisteis». No tenemos que endurecer nuestro corazón y hacernos insensibles. Sigamos el ejemplo del papa Francisco, que con su palabra y con sus gestos concretos, nos enseña un camino de acogida. ¡Pensad en cuando volvió de Lesbos con algunas familias de refugiados sirios.
Todos seremos juzgados por la acogida que daremos o no a nuestros hermanos que pasan problemas, algunos de los cuales son hermanos en la fe cristiana. Por eso en la reciente conferencia episcopal los obispos polacos decidieron seguir el proyecto de los corredores humanitarios que ha llevado a cabo con éxito la Comunidad de Sant'Egidio, junto a las Iglesias protestantes italianas. Y por eso oramos, para que también nuestro país pueda abrir pronto corredores humanitarios para acoger a los que huyen de la guerra.
Tras la liturgia hubo un refresco mientras en el palco situado fuera del santuario se alternaban músicos y actores.
Ante Dios todos somos iguales, Cristo, nuestro Señor, no vivió como un rey, aunque lo era. Decidió ser pobre, mostrando así que la pobreza es realmente un camino privilegiado para la bienaventuranza eterna. No olvidéis, hermanos y hermanas, que la vida pobre de Cristo no significa la aceptación de la pobreza: Cristo enseñó a la gente, la curó, la consoló, le dio esperanza, oró por la gente y con la gente.
Hoy os ruego con todo el corazón que hagáis una sola cosa: orad por este mundo y también por nosotros. Para nosotros sois el rostro de Cristo; creed que vuestra oración tiene una gran fuerza. Vosotros, que no tenéis nada, tended vuestras manos hacia aquellos que, aunque tienen bienes visibles, sufren en su corazón porque tienen una vida sin sentido. ¡Curadnos! ¡Devolvednos la esperanza y el sentido de la vida!.
Con magnanimidad, perdonad a quienes os ofenden. Y siempre –en la calle, en la estación, en el hospital, en los dormitorios, en las residencias– acordaos de vuestra dignidad, de vuestro lugar en el diseño de Dios. No tenéis casa, dinero, salud, personas cercanas... ¡Pero este mundo existe quizás gracias a vosotros! Acordaos cuando Abrahán osó interceder por Sodoma a Dios, porque quizás entre miles de personas se podrían encontrar a cinco justos. ¡Quizás vosotros –que dormís por la calle, que lloráis por la soledad y el sufrimiento en vuestro cuerpo– sin saberlo, salvaréis nuestras ciudades injustas y nos mantendréis a todos con vida! Quizás Dios todavía no ha cerrado la historia de este mundo enfermo y quiere darnos una última oportunidad: ¡vosotros! Quizás sois para el mundo el último bote salvavidas. Porque, abrazándoos con cariño, finalmente nuestros ojos cegados lograrán ver y salvaremos nuestro corazón y nuestra alma.