Ucrania, la dignidad de un país que conoce el dolor. Artículo de Andrea Riccardi

La dignidad de un país que conoce el dolor

Los rusos pensaban que les recibirían como liberadores, pero han borrado las divisiones que había en el país

La solidaridad y la simpatía por los ucranianos han sido espontáneas. Me han impresionado mucho las mujeres ucranianas en el país o en el extranjero. Son hijas de  un pueblo que sabe qué es sufrir, como dice la Biblia. 

Si para comprender la increíble política de Putin hay que ponerse en la cabeza y en la historia de los rusos, también para comprender la tenacidad de los ucranianos hay que fijarse en su historia.  Rusia, aunque está al lado de Ucrania, no lo ha entendido. 

Los rusos pensaban que serían recibidos como liberadores por una parte de la población,  y en realidad han unido a los ucranianos, poniendo el lacre definitivo al país.  La agresión putiniana ha borrado las divisiones ucranianas de los últimos treinta años, que rasgaban el país.

Hay pueblos que conocen el dolor,  porque está escrito en sus cromosomas. Fijémonos únicamente en el terrible siglo XX ucraniano. La guerra civil, tras la revolución bolchevique; luego la guerra entre 1918 y 1921 entre soviéticos y Ucrania, que aspiraba a la independencia; los años veinte, caracterizados por los pogromos antisemitas, por la violencia soviética contra los independentistas y los burgueses, con miles de muertos, y por último el hambre por la colectivización de las tierras. En 1932 la carestía ahogó a Ucrania con la nueva política económica. Hubo cuatro millones de muertos. Los viajantes hablan de escenas tremendas, incluso de canibalismo. Stalin se negó a ayudarles. Es el  Holodomor  (combinación de dos palabras ucranianas: hambre y asesinato), considerado un genocidio.

La II Guerra Mundial fue durísima. En 1941 Hitler invade la Ucrania soviética. En el barranco de Babi Yar de Kiev fueron exterminados más de 30 mil judíos. En total, fueron asesinados 1.600.000 judíos ucranianos, sin contar los que se refugiaron en los bosques y que fueron atacados por la resistencia polaca o por los grupos insurrectos ucranianos. Los ucranianos fueron obligados a hacer trabajos forzados por los nazis. Tras la reconquista soviética, el balance fue nefasto: entre 3 y 5 millones de muertos, 770 ciudades y 18 mil pueblos destruidos.

Una vez terminada la guerra, la situación mejoró, pero siempre bajo el duro control soviético, muy duro con la identidad nacional. Es un pueblo "experto en sufrir".  Eso explica su resistencia y dignidad. La valentía ucraniana y la motivación de la gente contrastan con la desmotivación de las fuerzas rusas.

La simpatía por los ucranianos agredidos ha sido espontánea. El modelo putiniano, ligado a los populismos, no nos gusta y tiene una atracción antidemocrática. Ello se explica, entre otros motivos, porque en el mundo no abundan las democracias, que parecen frágiles. Eso no significa ser hostil al pueblo ruso y a su gran cultura. Inmediatamente después de la simpatía por los agredidos, hay que pensar con lucidez. Pensar no es neutral, como los suizos en la II Guerra Mundial, cuando decían: "La barca está llena", como sabe bien Liliana Segre, que fue expulsada en la frontera. Pero es algo que atañe a quienes no están en el conflicto, como los europeos. En el escenario de la Ucrania devastada, se plantea el problema de la paz: ¿cómo garantizarla pronto a los ucranianos? Por otra parte, la paz en Europa debe evitar una guerra total, de la que se habla con ligereza. 

Y mientras tanto, la guerra continúa, con su tormento de vidas humanas y hechos terribles. El hilo de las negociaciones es cada vez más fino,  e incluso han sustituido el encuentro por el diálogo virtual. ¿Cuánto tiempo debe pasar para que vuelva la razón, para que cese la agresión para que se encuentre un camino para negociar la paz? 

 

Artículo de  Andrea Riccardi en Famiglia Cristiana del 15/5/2022

[Traducción de la redacción]