Ahora ya lo sabemos: la guerra no sirve, hay que construir la paz. Artículo de Andrea Riccardi

Los países occidentales deben tomar una decisión: cerrarse en un soberanismo asustado o promover una política realista y abierta al mundo

El 11 de septiembre de 2001 empezó el siglo XXI. El ataque fue de una violencia inaudita. El mundo lo siguió en directo y se sintió impotente ante el terrorismo suicida. Nos afectó a todos: «Todos somos norteamericanos», se escribió. Osama bin Laden desafió a Estados Unidos y quiso ponerse a la cabeza del mundo musulmán en una yihad contra Occidente.

La guerra declarada por un terrorista tuvo una respuesta militar occidental. Empezó un período belicoso contra el mundo musulmán. Viendo ahora a los occidentales y a no pocos afganos que abandonan Kabul, he pensado en el fracaso de 20 años de guerra, el fracaso de confiar en que la guerra podía resolver los problemas y construir un mundo distinto. En Afganistán desde 2001, luego en Irak desde 2003 y en otros países, como la cercana Libia.

Hoy nos damos cuenta de que aquella estrategia fue un error. Han pasado dos décadas de un siglo que había terminado con la guerra fría y que parecía abrir a un tiempo más pacífico de globalización. Al final, el terrorismo no ha vencido pero ha provocado mucho sufrimiento con atentados, Estado Islámico en Oriente Medio y la difusión por África y por otros lugares. Tampoco ha vencido en el mundo islámico. Tanto es así que Al Tayyib, el gran imán de al-Azhar, firmó con el papa Francisco una Declaración sobre la fraternidad humana en el que se reconocen muchos musulmanes, porque no quieren que el islam se identifique con una violencia que mata en nombre de Dios. El terrorismo, como se vio en el aeropuerto de Kabul, es una barbarie: no tiene sentido, no tiene corazón y no tiene política. No debemos ceder. En 20 años ha crecido una nueva generación.

Aquellos de nosotros que ya vivieron el 11 de septiembre deben pensar en el mundo de mañana junto a los jóvenes, que serán los protagonistas de este nuevo siglo. Pienso en muchos jóvenes del sur del mundo, donde son casi la mayoría; en los jóvenes de nuestros países; en los que emigran huyendo de condiciones de vida inhumanas. Tenemos que construir un mundo mejor. ¿Pero con quién? Hace veinte años Estados Unidos y Occidente gozaban de una situación de supremacía. Ahora ya no. China, India, Rusia y Turquía son grandes protagonistas del panorama internacional. ¿La opción consiste en cerrarse dentro de las fronteras, defenderlas y defender nuestro modelo de vida?

Tras el agosto de 2021 y la victoria talibán estamos aún más convencidos de que hay que construir un mundo de paz. No será fácil, y hará falta la aportación de los países europeos, de nuestra cultura y de nuestro humanismo. También de una defensa común europea. Hacen falta alianzas verdaderas con los que creen en estos valores. Veinte años después no repitamos los mismos errores: hicimos la guerra con arrogancia y, con arrogancia y miedo, ahora construimos muros. Lo hacen algunos Estados europeos para denfenderse de los refugiados afganos.

Tenemos que tomar una decisión: cerrarnos en un soberanismo, agresivo en palabras pero en el fondo asustado y perezoso, o hacer una política seria, democrática, realista y abierta al mundo. Se trata de una decisión política, pero también de otro tipo. Dependerá también de la orientación que cada uno dé a su vida, porque la buena voluntad y la humanidad tienen una fuerza imparable (y ganadora). Así lo afirma el papa Francisco cuando habla de «artesanía de la paz: cada ser humano puede ser un fermento eficaz con su estilo de vida cotidiana».

Artículo de Andrea Riccardi en Famiglia Cristiana del 5/9/2021

[Traducción de la redacción]