Migrantes: para no "morir de esperanza" es urgente reactivar los cupos de entrada. Artículo de Marco Impagliazzo en "Vita Pastorale"

«Pensémoslo bien: el Mediterráneo se ha convertido en el cementerio más grande de Europa». Son palabras de Francisco del pasado 13 de junio, una semana antes del Día Mundial del Refugiado. Para conmemorar dicha efeméride la Comunidad de Sant’Egidio impulsa la oración "Morir de esperanza" en recuerdo de los migrantes que pierden la vida intentando llegar a Europa. Desde 1990 son más de 59.000 personas, entre muertos y desaparecidos. Un recuento dramático que se ha agravado aún más en el último año: desde junio de 2020 hasta hoy ya han muerto 4.071 personas en el Mediterráneo o por las vías terrestres, como la terrible "ruta balcánica". Es un duro balance que no se puede tratar, como sucede a menudo, como una estadística más. Dicha tragedia de la humanidad debe hacer reflexionar para provocar una reacción ante la "globalización de la indiferencia" que Francisco evocó en su primer viaje fuera del Vaticano, a Lampedusa, en julio de 2013.

El tema de las migraciones debe evitar instrumentalizaciones y debe ser tratado, con realismo, como lo que es: no tanto un problema sino un recurso. En Europa estamos asistiendo a una recuperación gracias a la campaña de vacunación y a la asignación de ingentes fondos económicos. Si nos fijamos en nuestro país, hay que destacar que una inmigración adecuada y regular puede contribuir a la recuperación, pues puede cuadrar, como enseña una ley fundamental de la economía, la necesidad de las empresas y de las familias italianas –la demanda– con la oferta que representa quien emigra en búsqueda de un empleo y un futuro.

Hablando de migraciones, el primer problema es constatar que Italia se ha vuelto un país de emigración. En la última década, los italianos que se van a trabajar y a vivir al extranjero han aumentado constantemente. En 2020 el número de inmigrantes es igual al de emigrantes, algo que agrava el invierno demográfico en el que está instalada Italia. Dentro de pocos años, en 2036, «estaremos en plena "tormenta demográfica", con el máximo de trabajadores que salen (los hijos del baby, boom) y el mínimo de potenciales trabajadores que entran», ha escrito Dalla Zuanna. La inmigración no puede ser considerada la solución a la crisis demográfica o a los problemas del mercado laboral, pero si se controla bien, puede contribuir, junto a otros factores, a invertir la dirección y a garantizar que se mantiene el nivel económico del estado de bienestar.

Es lo que piden algunos sectores productivos para mantener la recuperación económica. A las puertas de un verano de recuperación, el sector hotelero y de restauración ha alertado sobre la dificultad por encontrar personal para atender a los turistas después de que finalmente se haya permitido su actividad. En Italia, que según el ISTAT ha perdido casi un millón de empleos a causa de la pandemia, sobre todo en el sector turístico, hay una gran bolsa de oferta de trabajo sin salida.

Otro sector para el que urge encontrar soluciones es el agrícola, como ha denunciado la asociación agrícola Coldiretti. En el campo faltan 50.000 trabajadores, sobre todo a causa de la finalización de los permisos de trabajo de los inmigrantes. Otro sector que atraviesa graves problemas es el de la sanidad, a causa de la falta de enfermeros. En Italia su número es claramente inferior a la media europea. Según la Federación nacional de colegios de enfermería, en nuestro país faltan 63.000 enfermeros. Y quienes pagan las consecuencias son básicamente las familias: muchas personas con discapacidades y otras patologías, que hasta ahora recibían asistencia en casa, han visto cómo se reducía la asistencia a domicilio. Aun así, hay países, como Argentina y Perú, con centros de formación en enfermería de altísimo nivel, cuyos diplomados tienen que esperar mucho tiempo para lograr la homologación de sus títulos. Hay que agilizar y simplificar los trámites para responder a lo que es un objetivo estratégico del Plan Nacional de Recuperación y Resiliencia: potenciar la asistencia a domicilio.

En vista del pasado Consejo Europeo dedicado a la inmigración, Sant’Egidio ha formulado algunas propuestas para hacer frente a este tema decisivo para el futuro de nuestro continente. Ante todo, es urgente reactivar los cupos de entrada para fomentar el empleo en aquellos sectores que más problemas tienen para satisfacer sus necesidades de trabajadores especializados o no. En segundo lugar, hay que reintroducir en la ley italiana el patrocinio privado, que permitiría a ONG acreditadas, a empresas y a familias, hacer ofertas a trabajadores para venir a Italia, como ocurrió entre 1998 y 2002. La tercera propuesta consiste en ampliar los corredores humanitarios, una buena práctica que desde 2016 ha permitido que lleguen de manera segura 3000 refugiados a nuestro país, y 700 a Francia, Bélgica, Andorra y San Marino. Esta iniciativa ecuménica, impulsada por Sant’Egidio, la Conferencia Episcopal Italiana y las iglesias evangélicas, revela que se puede luchar contra las cadenas de la inmigración ilegal. Son una buena práctica que combina acogida e integración. La experiencia de los corredores humanitarios es una respuesta al sueño de una Europa donde democracia, derechos humanos y solidaridad sean cimientos de su construcción. Es humanamente justo y económicamente conveniente.

Marco Impagliazzo