La Yihad y la «cuestión de los jóvenes»: los nuevos tormentos de África

Artículo de Andrea Riccardi en el Corriere della Sera

La estabilidad tradicional en varias zonas ha terminado y no hay una política de los Estados. De ese modo las poblaciones locales no se benefician de las nuevas realidades económicas

En África, casi más que en Oriente Medio, la yihad es protagonista de la vida en muchas zonas. Es un problema que no se reduce a la radicalización del islam. Hay algo más profundo y difuso, y no es solo religioso. Desde 2017-18, en Mozambique, donde el islam es minoritario (aproximadamente el 20% de la población), la guerrilla islamista actúa en el norte, en la provincia de Cabo Delgado, una de las más pobres del país. Ha sido el resultado de predicadores extremistas llegados de fuera, pero también de los jóvenes musulmanes mozambiqueños, enviados por el Gobierno a estudiar a Arabia Saudí para reemplazar al islam tradicional. Pero solo eso no explica un enfrentamiento militar y social que ha provocado que 700.000 refugiados huyan de la región. El pobre tejido social de Cabo Delgado se ha visto trastocado por el impacto con la llegada de grandes multinacionales tras el descubrimiento del mayor yacimiento de gas natural del  mundo, la explotación de rubíes (Mozambique es el primer productor mundial) y la demanda china de madera.

La estabilidad social tradicional ha terminado. Algunos pueblos han sido trasladados. Algunas tierras se han expropiado. No ha habido una política social del Estado, mientras que las poblaciones locales no se benefician de las nuevas realidades económicas. El movimiento islamista expresa también la reacción ante los trastornos provocados por la política, la presencia de compañías petrolíferas y el comercio de rubíes y madera. Un ambiente se ha venido abajo: en una zona mayoritariamente joven, la revuelta encuentra en la yihad una lectura del mundo que identifica a los enemigos y que da protagonismo a los combatientes. El islamismo, muy distinto al marxismo, se convierte en una gramática de la revuelta con una función ideológica similar y motivadora. Algunos testimonios locales han detectado entre los combatientes a personas originalmente cristianas. De confirmarse, revelaría que es también un fenómeno generacional: una «revuelta de los jóvenes». Estas revueltas terminan siendo procesos sectarios y militares, y es difícil que quienes participan en ellas las abandonen.

También habría que explicar la poca reacción del Gobierno mozambiqueño, que ha perdido el control de parte de la provincia, mientras que la capital provincial, Pemba, se siente amenazada por infiltraciones islamistas. Se repite el escenario de incapacidad de varios Estados africanos para hacer frente a los fenómenos radicales y entender sus raíces. El caso mozambiqueño (que es un peligro para el vecino Malaui) es el último de varias explosiones yihadistas en África: desde Boko Haram en Nigeria, Camerún y Níger, que es casi una secta militarizada que –como afirma Mario Giro– seduce a los jóvenes y destruye la tradición, hasta la constelación  de grupos armados radicales en el Sahel que ha llevado a hablar de Afganistán saheliano. Francia y otros países europeos como Italia se han dado cuenta finalmente de que la seguridad del viejo continente pasa por el corazón del gran desierto, tierra de inestabilidad y de paso de migrantes.

Se suma a aquella zona la problemática Somalia, con la presencia de los shabaab, responsables de acciones en Kenia. África oriental, desde Somalia hasta el norte de Mozambique, representa un espacio de expansión islamista. También en otros Estados africanos nacen, de manera inesperada, grupos islamistas. Es una realidad en aumento.

Las historias locales que hay detrás de cada uno son varias, y la afiliación de los grupos a las siglas terroristas internacionales es variable: al Qaeda, Estado Islámico y otros. La realidad es que, en algunas regiones africanas, para un mundo de jóvenes sin empleo y que buscan dignidad, la yihad es una alternativa, aunque minoritaria, junto a la emigración. No es solo una cuestión militar sino un problema generacional, que los Estados no afrontan potenciando la educación, las oportunidades de empleo y una política de bienestar. La privatización del sistema educativo en África es un agravante que crea rencor entre los jóvenes. La crisis del Estado africano favorece la búsqueda de nuevas claves de lectura del mundo global: el islam radical ofrece una clave de lectura simplificada y atractiva. El politólogo Parag Khanna plantea una pregunta fundamental: «¿Qué hacer con aquel 60 por ciento de la población del continente africano que tiene menos de 24 años?». Es la grave cuestión que debe responder el continente, mientras Europa sabe que está cerca e implicada.

El cierre de los flujos migratorios no reduce el problema y quizás, con el tiempo, una marea humana se llevará los obstáculos por delante. El futuro y el corazón de la política internacional está frente a una cuestión africana de gran alcance. Solo se puede afrontar con una sinergia entre Estados africanos y no africanos. Aquellos se deben reestructurar y abandonar la indiferencia ante las políticas sociales y laborales que caracteriza a muchos de ellos. Pero tampoco las religiones, desde el islam africano hasta las Iglesias, pueden evitar la confrontación con la que es en gran parte una «cuestión de los jóvenes». Solo una coalición de nuevas energías podrá evitar desenlaces dramáticos en una situación ya degradada, que tiene como telón de fondo la crisis ecológica del continente.

 

Artículo publicado en Il Corriere della Sera

[Traducción de la redacción]