La oración y la acción. Artículo de Marco Impagliazzo sobre la oración por la humanidad del 14 mayo

El pasado domingo, 3 de mayo, al terminar la oración del Regina Coeli, el papa Francisco dijo: "Atendí la propuesta del Alto Comité para la Fraternidad Humana de que el próximo 14 de mayo los creyentes de todas las religiones se unan espiritualmente en un día de oración y ayuno y obras de caridad, para implorar a Dios que ayude a la humanidad a superar la pandemia de coronavirus".
Es una iniciativa de los líderes religiosos que se remiten al histórico Documento que firmaron el Papa y el gran imán de Al-Azhar, al-Tayyeb, en febrero de 2019: "No olvidemos dirigirnos a Dios Creador en esta grave crisis", se lee en el llamamiento del Comité, que invita "a todas las personas, en todo el mundo, según su religión, fe o doctrina a dirigirse a Dios para que libre el mundo de las consecuencias sanitarias, económicas y humanitarias de la difusión de tan grave contagio".
La oración del jueves 14 se presenta como una ocasión de participar en el sufrimiento y las angustias que ha provocado la tormenta que se ha abatido sobre todo el planeta, y también como una continuación ideal del diálogo interreligioso emprendido por Juan Pablo II en la jornada de Asís y que se ha reforzado con el paso de los años, hasta llegar a la aceleración que Francisco le dio con la firma de Abu Dabi.
El espíritu de Asís sigue soplando, y con más fuerza. Del mismo modo que representó una respuesta al drama de la guerra, hoy puede ser baluarte y fuente de una nueva esperanza ante la pandemia, que arrecia en todos los continentes sembrando muerte, miedo y dificultades económicas. El virus deteriora los lazos sociales, debilita las instituciones y arrastra a familias y pueblos al abismo de la incertidumbre por el futuro. El papa Francisco, que reza por el fin de la epidemia desde que todavía era algo limitado a la aparentemente lejana China, quiere responder a la enfermedad que impone el distanciamiento social con un nuevo lazo, entre pueblo y pueblo, entre los pueblos y su Creador. Ante el microorganismo invisible que confina a todos a un espacio cerrado y a un tiempo suspendido, el Papa quiere reaccionar con un movimiento de unidad entre las culturas y las religiones, que sea fruto no solo de la meditación, sino también de la caridad. Desea abrir nuevos espacios, diseñar una idea de futuro.
El mundo de la globalización, que parecía vasto, se ha hecho pequeño. El mal lo recorre a grandes zancadas, ignaro de las fronteras, llevándose vidas por delante sin hacer distinción de credos. Por eso hacen falta cercanía y encuentro. El pasado 27 de marzo, en la plaza de San Pedro, Francisco ya supo mostrar un panorama: "Nos llamas a considerar este tiempo de prueba como un tiempo para elegir. No es el tiempo de Tu juicio, sino el de nuestro juicio: tiempo para elegir qué es lo que importa y qué es lo que pasa, tiempo para separar lo que es necesario de lo que no lo es".
Debemos dejar atrás el tiempo de los compartimentos estancos, de los muros, de los choques de civilización. Francisco se erige en heraldo de la unidad de la humanidad. De ahí la preocupación porque la investigación científica avance teniendo siempre en cuenta que "estamos todos en la misma barca, todos frágiles y desorientados". Sí, la barca es una: "Es importante aunar las capacidades científicas de manera transparente y desinteresada para encontrar vacunas y tratamientos, y para garantizar el acceso universal a las tecnologías esenciales que permitan que toda persona contagiada, en cualquier parte del mundo, reciba la atención sanitaria necesaria". Considerar que somos todos miembros de una sola familia humana, aprender a cuidar la creación, no es algo "de más" a lo que se puede renunciar si el contexto es complicado. Demuestra ser cada vez más una necesidad en este tiempo de globalización y de ampliación de horizontes.
La Historia –que habíamos dejado al margen para que triunfaran nuestras pequeñas historia– llama a una unidad que se base en lo que nos une y deje a un lado lo que nos divide. La oración común del jueves que viene se convierte para todos en una señal espiritual y universal: a pesar de las diferencias, no nos salvamos solos sino únicamente reconociendo nuestra cercanía en la humanidad común y haciendo frente juntos a la lucha por la vida de todos, esperando que, para lograr el fin de la pandemia, las autoridades civiles del mundo adopten realmente aquella "colaboración común como conducta" que nos invita a tener el papa Francisco.

Marco Impagliazzo

(Traducción de la redacción)

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