No olvidemos a la vejez. Editorial de Andrea Riccardi en Famiglia Cristiana

La sociedad ha demostrado que ignora a los ancianos. Tenemos que cambiar la mentalidad y las políticas

Estas semanas de pandemia de coronavirus son una experiencia particular para nuestra generación. ¿Aprenderemos algo para el mañana? Corremos el peligro de seguir igual que en el pasado. En tal caso nuestras sociedades se enfrentarán a serios peligros, porque han demostrado su fragilidad en muchos aspectos, no han sido previsoras y han basado su prioridad en el interés económico. Hay que reconstruir una sociedad de dimensiones humanas. No podemos volver a la vida de antes pasivamente. Hay que cambiar. Quisiera abordar un tema.
Me ha impresionado la mortaldad de los ancianos en las residencias durante la pandemia. La semana pasada nuestro periódico la definió como "gran masacre silenciosa". Se han sucedido una retahíla de errores y de irresponsabilidades. Los tribunales lo están investigando y su atención abarcará también las residencias de ancianos –algunas irregulares–, donde se han producido situaciones dramáticas.
La realidad es que los ancianos de las residencias mueren más que los que viven en su casa. Según un grupo de investigación de la London School of Economics, es un fenómeno europeo. En Italia el 53% del total de defunciones corresponden a personas residentes en centros residenciales que han fallecido por coronavirus; en España, el 57%. En la crisis de la pandemia, los ancianos de las residencias han pagado un precio realmente alto.
Eso pone de manifiesto, de manera bien evidente, que el concepto de residencia en sí mismo no es adecuado por motivos sanitarios, pero también humanos. ¿Queremos seguir negando esta evidencia? Estas dolorosas constataciones enseñan que para las personas dependientes la institucionalización no puede ser la normalidad, sino solamente una excepción. Así nos lo enseña también la triste vida de los ancianos institucionalizados, alejados del contexto humano en el que han vivido toda su vida.
Los centros residenciales –ni siquiera cuando ofrecen unas buenas condiciones– no son el final adecuado para la vida de un hombre o de una mujer. Hay que ayudar a los mayores a quedarse en casa creando a su alrededor una red de solidaridad. Eso plantea el problema con el que se encuentran muchas familias: afrontar solas y sin ayuda el cuidado de sus seres queridos en casa.
Nuestra sociedad no es «amiga» de los ancianos en casa o de las familias con uno o más ancianos: no los tiene en cuenta, no los ayuda ni los acompaña. En Italia hay que reforzar la asistencia a domicilio, que es mucho más económica que el ingreso en un centro residencial. Por otra parte, existe la figura de la cuidadora, que suele ser una mujer que ayuda al anciano o a la persona que lo necesita en el día a día.
En ese sentido –ayudar a los ancianos en su casa y a las familias– propuse regularizar a asistentas, cuidadoras y canguros que viven irregularmente en Italia. Hay que ayudar a los mayores a vivir en su entorno. En cuanto surgen las primeras dificultades, se sugiere inmediatamente el recurso de la residencia. Ante dicha situación los ancianos muchas veces no saben defender su voluntad de quedarse en casa, no quieren ser un peso, no sienten ningún apoyo. La crisis del coronavirus me ha reafirmado aún más en la idea que el padre Oreste Benzi, fundador de la Comunidad Papa Juan XXIII, expresaba con fulminante claridad: «Dios creó la familia; los hombres, las residencias».

 

(Traducción de la redacción)

 

Artículo original (en italiano)