"La justicia parcial de Dios": meditación del pastor valdense Paolo Ricca en la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos

Meditación del pastor valdense Paolo Ricca

Deuteronomio 16, 18-20

Establecerás jueces y escribas para tus tribus en cada una de las ciudades que Yahvé tu Dios te va a dar; ellos se encargarán de juzgar al pueblo con justicia. No torcerás el derecho, no harás acepción de personas, no aceptarás soborno, porque el soborno cierra los ojos de los sabios y corrompe las palabras de los justos. Justicia, sólo justicia has de buscar, para que vivas y poseas la tierra que Yahvé tu Dios te va a dar.
Queridos hermanos y hermanas,
estamos celebrando, en casi todas las Iglesias del mundo, la semana de oración por la unidad de los cristianos, y por eso he pensado en volver con vosotros a la palabra de la Biblia que las Iglesias de Indonesia han elegido y propuesto a todas las Iglesias del mundo. Es esta palabra del libro del Deuteronomio, que seguramente ya se os ha explicado, pero sobre la que quiero insistir porque, por desgracia, en Italia se ha difundido en una traducción –la de la Biblia interconfesional– que es una traducción hermosa pero que a veces traiciona en lugar de traducir. Eso es lo que ha pasado precisamente con este versículo, que en el texto hebreo dice: 
La justicia, solo la justicia seguirás. Es decir, perseguirás, intentarás ponerla en práctica. Esta palabra se ha traducido así en la Biblia interconfesional: Intentad ser realmente justos.
Como veréis esta traducción desplaza el acento de la justicia –que tenemos que poner en práctica, que se tiene que aplicar en el mundo– a nuestra justicia. Como si, precisamente, Dios, que habla aquí a través del profeta, como si Dios nos invitara a ser justos, mientras que en realidad nos invita a poner en práctica la justicia de Dios en el mundo.

Por tanto deseo comentar esta palabra, precisamente, por su radicalidad, por su exclusividad. Porque dice: La justicia, solo la justicia seguirás. Es decir, no harás otra cosa. No harás otra cosa mientras no haya justicia en el mundo. ¿Qué justicia? La justicia de Dios.
Dios ama la justicia. No solo ama la justicia, claro: también ama la misericordia, ama la compasión, ama el perdón, ama la vida, ama la alegría, ama la santidad, ama la verdad. ¿Qué no ama nuestro Dios que es amor? En primer lugar ama la justicia. Es decir, lo demás viene después. Primero debe estar la justicia y luego el resto. Ese es el sentido de la expresión "La justicia, solo la justicia seguirás". No significa que no debas seguir las demás cosas, sino que primero debes seguir la justicia. No es que Dios ame solo la justicia: Dios ama muchas cosas, pero la primera cosa que ama, la primera cosa que quiere que se haga realidad, que se aplique en el mundo es la justicia.

Pero ¿cuál es esta justicia que tiene precedencia sobre las demás? Mirad, también en nuestra sociedad la justicia civil es importantísima, la de los tribunales, la justicia penal, la justicia administrativa, la justicia social... son importantísimas. Todas estas justicias son importantes pero la de Dios no es una de estas justicias. Dios ama la justicia más que los cultos, más que las liturgias, más que las oraciones, incluso más que la nuestra. Yo creo, espero, que Dios ama nuestra oración, pero ama más la justicia. Ama nuestro canto, sin duda, pero ama más la justicia.
¿Qué es esta justicia? Vosotros ya lo sabéis, se dice mil veces en la Biblia: es la justicia a favor de alguien, es decir, es lo contrario de nuestra justicia, que se representa como una mujer con los ojos vendados que sostiene en una mano una balanza con dos platos en perfecto equilibro. Esta es nuestra imagen de justicia. La de Dios no es así. 
La justicia de Dios es desequilibrada, radicalmente desequilibrada. ¿Por qué? Porque el mundo es desequilibrado. Y la justicia de Dios es desequilibrada en sentido contrario.

Es desequilibrada para luchar contra los desequilibrios del mundo. Debe ser desequilibrada, debe ser parcial. Esta es la justicia de Dios. La justicia del huérfano. ¿Por qué? Puesto que nadie lo defiende, Dios lo defiende. De la viuda. ¿Por qué? Porque como nadie protege a la viuda, Dios la protege. Dello extranjero. ¿Por qué? Porque como nadie ama al extranjero, Dio lo ama. Del pobre. ¿Por qué? Porque como el pobre no puede pagarse un abogado, Dios es el abogado del pobre.

Esta es la justicia de Dios, la justicia parcial. Parcial a favor de uno y no de otros, parcial. Dios no tiene los ojos vendados, los platos de la balanza no están en equilibrio en la justicia de Dios.
Y nosotros estamos al servicio de esta justicia de Dios por el huérfano, por la viuda, por el pobre, por el extranjero. Estamos al servicio. Podríamos decir: somos los partidarios de la justicia parcial de Dios. Ese es el sentido de esta palabra. 
No es que eso nos convierta en justos: no hay ni un justo, ni siquiera uno, dice el apóstol Pablo. Pero con todos nuestros límites y todos nuestros defectos, nosotros estamos al servicio de la justicia parcial de Dios. Es una justicia tan parcial que no solo está a favor del huérfano, de la viuda, del forastero y del pobres, pero también está a favor de mí, pobre pecador indigno de su amor.

Esta es la medida plena de la justicia de Dios: que él está a favor de mí, pecador. No me rechaza, no me condena, no me castiga. Al contrario: me abraza, me acoge, me perdona, me cubre con el manto de la justicia de Cristo, me hace justo en Cristo. Por eso, incluso de mí mismo puedo decir: soy realmente justo en Cristo. En Cristo pero no sin Cristo.
Como veis hay dos justicias de Dios: la que está a favor del huérfano, de la viuda, del extranjero, del pobre, que es la justicia que Dios exige a su comunidad, es la justicia que Dios exige a la Iglesia cristiana que esté al servicio de esta justicia parcial de Dios. Pero luego hay otra justicia, no la justicia que exige Dios, sino la justicia que Dios da, regala, me da a mí, pecador. La justicia que yo no tengo que aplicar sino que tengo que recibir. Esa es la doble justicia de Dios: la que él exige y la que él da.

En Cristo somos realmente justos. Únete, pues, a Cristo y a su justicia para ser justo en él. Él es tu justicia ante Dios y ante los hombres. No es casual que Jesús dijera: Dichosos los que pasan hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Dichoso tú si tienes hambre y sed de justicia de Cristo, porque serás saciado. Amén