Recuerdo de la Presentación de María en el Templo. Esta fiesta, que nació en Jerusalén y se celebra también en Oriente, recuerda a la vez el antiguo templo y el ofrecimiento al Señor en el que María convirtió su vida. Leer más
Recuerdo de la Presentación de María en el Templo. Esta fiesta, que nació en Jerusalén y se celebra también en Oriente, recuerda a la vez el antiguo templo y el ofrecimiento al Señor en el que María convirtió su vida.
Lectura de la Palabra de Dios
Aleluya, aleluya, aleluya.
El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Mateo 12,46-50
Todavía estaba hablando a la muchedumbre, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera y trataban de hablar con él. Alguien le dijo: «¡Oye! ahí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte.» Pero él respondió al que se lo decía: «?Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.»
Aleluya, aleluya, aleluya.
He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.
Aleluya, aleluya, aleluya.
La fiesta de la Presentación de María en el templo está unida a la dedicación de la iglesia de Santa María Nueva, construida al lado del templo de Jerusalén en el año 543. María, la Theotókos (Madre de Dios), es el verdadero templo en el que se ofrece el único sacrificio agradable a Dios. Con este recuerdo se acepta la tradición del Protoevangelio apócrifo de Santiago que narra la consagración de María adolescente a Dios. El evangelista Mateo nos narra una escena evangélica que nos recuerda la urgencia de vivir en la escuela de Jesús. Es una página que parece tratar duramente a la Madre de Jesús, pero realmente este es el camino que María ha seguido desde siempre. Se cuenta que Jesús está en una casa y mucha gente se agolpa a su alrededor para escucharlo. Cuando llegan sus parientes, con la madre, lo mandan llamar. Los parientes están "fuera", escribe el evangelista, dando obviamente una indicación que no es solo espacial. Solo los que "están dentro" y escuchan su palabra, dice Jesús, son su verdadera familia. La comunidad cristiana nace siempre de escuchar la Palabra de Dios, y vive porque la escucha. Y todos tenemos que estar muy atentos para no caer en la tentación de ser "parientes" de Jesús, es decir pensar que ya no nos hace falta estar alrededor de él para escucharlo, casi como si estar cerca de él fuera algo "natural" que se da por descontado. No es suficiente formar parte del grupo de los cristianos para encontrar la salvación. Todos los días necesitamos entrar "dentro" de la comunidad para escuchar el Evangelio como la Iglesia lo comunica. El ejemplo de María, a la que llevan al templo, es una indicación preciosa para que todas las comunidades cristianas sean escuela de comunión y de amor. Y eso es algo fundamental también para las familias cristianas, para que se comprometan a comunicar la fe a sus hijos desde pequeños, y que así también ellos, como Jesús, crezcan "en sabiduría, en estatura y en gracia".
La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).
Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.
Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.
Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).
La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.