ORACIÓN CADA DÍA

Oración por la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración por la Iglesia
Jueves 18 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ezequiel 36,23-28

Yo santificaré mi gran nombre profanado entre las naciones, profanado allí por vosotros. Y las naciones sabrán que yo soy Yahveh - oráculo del Señor Yahveh - cuando yo, por medio de vosotros, manifieste mi santidad a la vista de ellos. Os tomaré de entre las naciones, os recogeré de todos los países y os llevaré a vuestro suelo. Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados; de todas vuestras impurezas y de todas vuestras basuras os purificaré. Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas. Habitaréis la tierra que yo di a vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El profeta reproduce las palabras de Dios a su pueblo: "Yo santificaré mi gran nombre, profanado por vosotros entre las naciones, profanado allí por vosotros". El comportamiento pecaminoso de Israel afecta al mismo Dios, es desfigurarlo, infamarlo. Dios mismo intervendrá purificando a Israel y convirtiéndolo en testigo de la santidad de Dios y de su nombre. En el Padrenuestro Jesús nos enseñó a decir: "Santificado sea tu Nombre". Santificar el nombre de Dios significa participar en su santidad, es decir, entra en comunión con Él, el Señor todopoderoso y misericordioso. Dios quiere que nosotros vivamos su santidad, que no es solo separación -porque él es distinto de nosotros- sino también comunión de vida y de amor. Hace algunos gestos que muestran esta voluntad de Dios por su pueblo disperso y sin tierra, que es la señal de la alianza de Dios. "Os tomaré de entre las naciones, os recogeré de todos los países y os llevaré a vuestro suelo." Este es el primer gesto de amor de Dios: reunir al pueblo de la dispersión, reconstruir el pueblo disperso en unidad. "Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados": el encuentro con el Señor crea un pueblo y purifica del pecado que separa de Dios y de los hermanos. Y por último: "Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne". Necesitamos purificar nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, las acciones que llevamos a cabo, porque a veces también nuestro corazón se vuelve de piedra, duro ante los demás, sobre todo ante el dolor, ante el sufrimiento y ante los pobres. Con su Palabra, el Señor nos da un corazón de carne, un corazón como el suyo, capaz de tener compasión y misericordia.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.