ORACIÓN CADA DÍA

Oración con los santos
Palabra de dios todos los dias

Oración con los santos

Recuerdo de san Ambrosio (+ 397), obispo de Milán. Pastor de su pueblo, defensor de los pobres y de los débiles contra toda explotación, se mantuvo fuerte defendiendo la Iglesia ante la arrogancia del emperador. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración con los santos
Martes 7 de diciembre

Recuerdo de san Ambrosio (+ 397), obispo de Milán. Pastor de su pueblo, defensor de los pobres y de los débiles contra toda explotación, se mantuvo fuerte defendiendo la Iglesia ante la arrogancia del emperador.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Isaías 40,1-11

Consolad, consolad a mi pueblo
- dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén
y decidle bien alto
que ya ha cumplido su milicia,
ya ha satisfecho por su culpa,
pues ha recibido de mano de Yahveh
castigo doble por todos sus pecados. Una voz clama: "En el desierto
abrid camino a Yahveh,
trazad en la estepa una calzada recta
a nuestro Dios. Que todo valle sea elevado,
y todo monte y cerro rebajado;
vuélvase lo escabroso llano,
y las breñas planicie. Se revelará la gloria de Yahveh,
y toda criatura a una la verá.
Pues la boca de Yahveh ha hablado." Una voz dice: "¡Grita!"
Y digo: "¿Qué he de gritar?"
- "Toda carne es hierba
y todo su esplendor como flor del campo. La flor se marchita, se seca la hierba,
en cuanto le dé el viento de Yahveh
(pues, cierto, hierba es el pueblo). La hierba se seca, la flor se marchita,
mas la palabra de nuestro Dios
permanece por siempre. Súbete a un alto monte,
alegre mensajero para Sión;
clama con voz poderosa,
alegre mensajero para Jerusalén,
clama sin miedo.
Di a las ciudades de Judá:
"Ahí está vuestro Dios." Ahí viene el Señor Yahveh con poder,
y su brazo lo sojuzga todo.
Ved que su salario le acompaña,
y su paga le precede. Como pastor pastorea su rebaño:
recoge en brazos los corderitos,
en el seno los lleva,
y trata con cuidado a las paridas.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Esta página abre la parte del libro llamado "Deuteroisaías", del que constituye como una introducción. El profeta no se deja llevar por la resignación ni el desánimo ante la situación del exilio en la que se encontraba el pueblo de Israel. Inspirado por el Espíritu de Dios, pronuncia estas palabras de consolación para todo el pueblo. Mientras invita a todos a reflexionar sobre la debilidad y la precariedad de la vida, les exhorta a dirigir la mirada hacia el Señor que está viniendo en su ayuda. Sin embargo, es urgente allanar el camino en el desierto para permitir que el Señor venga. Para nosotros, el desierto es el de los corazones, el de los lazos entre los hombres que se han como desertificado porque no tienen amor y por tanto tampoco vida. Nuestras ciudades muchas veces se parecen a desiertos carentes de vida donde la gente, especialmente los más pobres, están a merced de las fuerzas adversas del mal, sin nadie que les defienda ni les consuele. "No hay nadie que consuele", grita el salmista, y a este grito parece responder el profeta: "Consolad, consolad a mi pueblo". Y le pide: "Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sion; clama con voz poderosa, alegre mensajero para Jerusalén". Podríamos asemejar este diálogo a la oración de la comunidad de creyentes: por un lado se eleva a Dios la invocación y desde lo alto desciende la Palabra consoladora de Dios. Y cuando llega al corazón de los creyentes los hace florecer. Dios mismo ha decidido descender en medio de su pueblo para consolarlo, confortarlo y liberarlo de la esclavitud del pecado y de la opresión del mal. Por eso hay que preparar el camino que Dios mismo recorrerá para llegar hasta nosotros: todo valle debe ser elevado, todo monte rebajado y todo camino allanado. El Señor se presenta como un pastor fuerte y tierno que conoce a sus ovejas: las llama por su nombre, una a una, las reúne para que ninguna se quede atrás o apartada, las lleva fuera del desierto y las conduce hacia pastos frescos. Las comunidades cristianas, los creyentes, todos estamos invitados en este tiempo de Adviento a acoger la Palabra que se nos anuncia: nuestro corazón florecerá de buenos sentimientos y el desierto de nuestras ciudades verá cómo crecen el amor y la paz.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.