ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 27 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Apocalipsis 20,1-4.11-15; 21,1-2

Luego vi a un Ángel que bajaba del cielo y tenía en su mano la llave del Abismo y una gran cadena. Dominó al Dragón, la Serpiente antigua - que es el Diablo y Satanás - y lo encadenó por mil años. Lo arrojó al Abismo, lo encerró y puso encima los sellos, para que no seduzca más a las naciones hasta que se cumplan los mil años. Después tiene que ser soltado por poco tiempo. Luego vi unos tronos, y se sentaron en ellos, y se les dio el poder de juzgar; vi también las almas de los que fueron decapitados por el testimonio de Jesús y la Palabra de Dios, y a todos los que no adoraron a la Bestia ni a su imagen, y no aceptaron la marca en su frente o en su mano; revivieron y reinaron con Cristo mil años. Luego vi un gran trono blanco, y al que estaba sentado sobre él. El cielo y la tierra huyeron de su presencia sin dejar rastro. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie delante del trono; fueron abiertos unos libros, y luego se abrió otro libro, que es el de la vida; y los muertos fueron juzgados según lo escrito en los libros, conforme a sus obras. Y el mar devolvió los muertos que guardaba, la Muerte y el Hades devolvieron los muertos que guardaban, y cada uno fue juzgado según sus obras. La Muerte y el Hades fueron arrojados al lago de fuego - este lago de fuego es la muerte segunda - y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego. Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva - porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya. Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tras derrotar a la Bestia y a su ejército, queda todavía por derrotar a Satanás. Y Juan puede finalmente verlo, al antiguo tentador, arrojado al abismo y encadenado. La fuerza de Cristo se abate sobre Satanás, y no sobre los hombres. En él ya no hay ninguna esperanza; en los hombres, en cada hombre, sí. De hecho, el deseo de no perder a ninguno hace que el Verbo vaya a la tierra y emprenda una lucha firme contra Satanás. Todavía no estamos ante la aniquilación definitiva. El autor habla de mil años, una expresión que ha suscitado muchos problemas de interpretación a lo largo de la historia. Evidentemente se trata de un número simbólico y la interpretación más corriente ve en esos mil años el tiempo de la Iglesia, desde la Pascua hasta la plenitud final del reino. Se podría decir que es el "ya" de la victoria, pero el "todavía no" de su plenitud. En este intervalo de tiempo -que es el espacio de la historia humana- el mal no es aniquilado; queda como encadenado, y todavía puede actuar. La victoria sobre él no se produce en un instante sino que se hace realidad a través de la lucha cotidiana de la comunidad de los justos con la ayuda de Cristo. Y el mismo Dios abre el juicio final. Pasa delante de él toda la humanidad; toda persona es juzgada en función de lo que está escrito en los libros celestiales, donde son desmentidas las mentiras de los criterios terrenales. Y aquel que ha seguido el camino del amor oirá cómo le recitan las obras de misericordia: "Tuve sed y me diste de beber", y todas las demás. Cada obra de caridad, incluso la más pequeña, es suficiente para ser inscrita en el "libro de la vida".

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.