ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Martes 2 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Segunda Pedro 3,11-15.17-18

Puesto que todas estas cosas han de disolverse así, ¿cómo conviene que seáis en vuestra santa conducta y en la piedad, esperando y acelerando la venida del Día de Dios, en el que los cielos, en llamas, se disolverán, y los elementos, abrasados, se fundirán? Pero esperamos, según nos lo tiene prometido, nuevos cielos y nueva tierra, en lo que habite la justicia. Por lo tanto, queridos, en espera de estos acontecimientos, esforzaos por ser hallados en paz ante él, sin mancilla y sin tacha. La paciencia de nuestro Señor juzgadla como salvación, como os lo escribió también Pablo, nuestro querido hermano, según la sabiduría que le fue otorgada. Vosotros, pues, queridos, estando ya advertidos, vivid alerta, no sea que, arrastrados por el error de esos disolutos, os veáis derribados de vuestra firme postura. Creced, pues, en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. A él la gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

A los cristianos que dudaban porque el retorno de Cristo se demoraba, el apóstol les recuerda que Dios mide el tiempo de manera distinta a la nuestra. Escribe Pedro: "Para el Señor, un día es como mil años y, mil años, como un día". El apóstol quiere decir que para toda generación cristiana los últimos tiempos son los que está viviendo. Cada creyente vive sus últimos tiempos y está llamado a vivirlos con la responsabilidad que se pide a todo discípulo del Evangelio. Por eso el apóstol añade: "No se retrasa el Señor en el cumplimiento de la promesa". Efectivamente, todo aquel que acoge el Evangelio de Jesús en su corazón ya vive en el fin de los tiempos, es decir, en la familia de los salvados por el Señor, que resucitó de entre los muertos para nuestra salvación. Sabemos que a todo el mundo le llegará el día del pasaje final, el de la muerte, y lo hará "como un ladrón". Por eso Pedro nos recuerda a todos que debemos tener ante los ojos el juicio de Dios y moldear nuestra vida según la voluntad del Señor. Llevando una vida evangélica los cristianos frenan la obra del mal y aceleran la llegada del reino. Participando en la liturgia, viviendo en la comunión fraterna, sirviendo con amor a los pobres y solicitando la solidaridad universal los creyentes no solo ven y esperan "un cielo nuevo y una tierra nueva" tal como dice el Apocalipsis, sino que los viven ya ahora. El apóstol invita a no vivir de manera desordenada, como si el tiempo del fin estuviera siempre lejos. Ya ha empezado el tiempo de entrar en el reino. Por eso el apóstol anima a los cristianos a crecer en el amor y a conocer más al Señor Jesús, para que cuando veamos su rostro nos encuentre "en paz ante él, sin mancilla y sin tacha".

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.