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Oración por la Paz
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Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Lunes 17 de febrero

En la Basílica de Santa María de Trastevere se reza por la paz


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Santiago 1,1-11

Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo, saluda a las doce tribus de la Dispersión. Considerad como un gran gozo, hermanos míos, el estar rodeados por toda clase de pruebas, sabiendo que la calidad probada de vuestra fe produce la paciencia en el sufrimiento; pero la paciencia ha de ir acompañada de obras perfectas para que seáis perfectos e íntegros sin que dejéis nada que desear. Si alguno de vosotros está a falta de sabiduría, que la pida a Dios, que da a todos generosamente y sin echarlo en cara, y se la dará. Pero que la pida con fe, sin vacilar; porque el que vacila es semejante al oleaje del mar, movido por el viento y llevado de una a otra parte. Que no piense recibir cosa alguna del Señor un hombre como éste, un hombre irresoluto e inconstante en todos sus caminos. El hermano de condición humilde gloríese en su exaltación; y el rico, en su humillación, porque pasará como flor de hierba: sale el sol con fuerza y seca la hierba y su flor cae y se pierde su hermosa apariencia; así también el rico se marchitará en sus caminos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Santiago se presenta al inicio de la carta como "siervo" de Dios. Es el título en el que basa la autoridad de sus palabras, entroncando así en la tradición bíblica del Señor de elegir a sus siervos (Moisés. Abrahán, David y todos los profetas). Santiago quiere dirigirse con la autoridad de los apóstoles a las comunidades cristianas de la diáspora. Estas, aunque dispersas en muchas partes del mundo, son reunidas por el Evangelio en un único pueblo de Dios. Santiago quiere que las comunidades "estén bien", y por ello les escribe que deben estar siempre alegres, aunque se encuentren en medio de las dificultades y las pruebas que deben pasar. La "prueba", escribe el autor es un momento propicio para el crecimiento. La alegría de la que habla Santiago es distinta de la alegría del mundo, que busca a toda costa, incluso desesperadamente, evitar la adversidad. Francisco de Asís hablará de la perfecta alegría precisamente cuando afrontaba las pruebas de la vida. Las tentaciones de Job por parte del diablo mostraban que su fe era fuerte incluso en medio de los problemas. En las pruebas de la vida debe resplandecer la luz de la fe. Nos lo recuerdan los mártires, tanto los de la primera generación cristiana como los de nuestro tiempo, que han hecho frente a las pruebas más difíciles con la paciente confianza en Dios. Las pruebas ayudan a hacer madurar la virtud de la paciencia. Para el apóstol la paciencia no es resignación. Es más, la prisa por resolverlo todo rápidamente, de ver los frutos de inmediato, puede volvernos superficiales. La paciencia, por el contrario, empuja al creyente a dirigirse a Dios y pedirle la sabiduría para afrontar esos momentos difíciles y superarlos. Dios es generoso y concede la sabiduría a quien se la pide. Todos la necesitamos. La sabiduría viene de las alturas, no nace de nosotros o de nuestras tradiciones. Para Santiago quien confía solo en sí mismo vive inseguro e indeciso, al final le falta la fuerza interior que permite responder a las pruebas de la vida. Por eso invita a pedir ayuda con la confianza de los niños, que se ponen en manos del Padre con la seguridad de que hará lo que le piden. Es fácil, por el contrario, acceder a nuestras incertidumbres, terminar paradójicamente amándolas, quedándonos pegados a las inquietudes que tenemos en el corazón, muchas veces banales y superficiales, pero tan nuestras que no somos capaces de librarnos de ellas. Pidamos, pues, a Dios la sabiduría del corazón para ser fuertes y pacientes en la vida.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.