ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Oración por la unidad de los cristianos. Recuerdo especial de las Iglesias y comunidades eclesiales protestantes (luteranas, reformadas, metodistas, bautistas, pentecostales y evangélicas). Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 22 de enero

Oración por la unidad de los cristianos. Recuerdo especial de las Iglesias y comunidades eclesiales protestantes (luteranas, reformadas, metodistas, bautistas, pentecostales y evangélicas).


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

1Samuel 17,32-33.37.40-51

Dijo David a Saúl: "Que nadie se acobarde por ése. Tu siervo irá a combatir con ese filisteo." Dijo Saúl a David: "No puedes ir contra ese filisteo para luchar con él, porque tú eres un niño y él es hombre de guerra desde su juventud." Añadió David: "Yahveh que me ha librado de las garras del león y del oso, me librará de la mano de ese filisteo." Dijo Saúl a David: "Vete, y que Yahveh sea contigo." Tomó su cayado en la mano, escogió en el torrente cinco cantos lisos y los puso en su zurrón de pastor, en su morral , y con su honda en la mano se acercó al filisteo. El filisteo fue avanzando y acercándose a David, precedido de su escudero. Volvió los ojos el filisteo, y viendo a David, lo despreció, porque era un muchacho rubio y apuesto. Dijo el filisteo a David: "¿Acaso soy un perro, pues vienes contra mí con palos?" Y maldijo a David el filisteo por sus dioses, y dijo el filisteo a David: "Ven hacia mí y daré tu carne a las aves del cielo y a las fieras del campo." Dijo David al filisteo: "Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero yo voy contra ti en nombre de Yahveh Sebaot, Dios de los ejércitos de Israel, a los que has desafiado. Hoy mismo te entrega Yahveh en mis manos, te mataré y te cortaré la cabeza y entragaré hoy mismo tu cadáver y los cadáveres del ejército filisteo a las aves del cielo y a las fieras de la tierra, y sabrá toda la tierra que hay Dios para Israel. Y toda esta asamblea sabrá que no por la espada ni por la lanza salva Yahveh, porque de Yahveh es el combate y os entrega en nuestras manos." Se levantó el filisteo y fue acercándose al encuentro de David; se apresuró David, salió de las filas y corrió al encuentro del filisteo. Metió su mano David en su zurrón, sacó de él una piedra, la lanzó con la honda e hirió al filisteo en la frente; la piedra se clavó en su frente y cayó de bruces en tierra. Y venció David al filisteo con la honda y la piedra; hirió al filisteo y le mató sin tener espada en su mano. Corrió David, se detuvo sobre el filisteos y tomando la espada de éste de sacó de su vaina, le mató y le cortó la cabeza. Viendo los filisteos que había muerto su campeón, huyeron.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Saúl no puede defender a Israel de los filisteos. Goliat encarna la amenaza que representan. No se le describe como un gigante solo en sentido metafórico: es realmente un hombre imponente, con un aspecto físico que provoca pavor en todo Israel. Además, llevaba una coraza completa: yelmo, coraza de escamas, espinilleras, grebas y jabalina. Es el guerrero arquetípico, y acompaña su armadura con palabras altisonantes: está seguro de sí mismo. Israel le tiene miedo. Pero llega David, el octavo hijo de una familia lejana, que se pone al frente sin llamar la atención. En realidad, David está impaciente por ver la batalla. Los demás están asustados y no son capaces ni de pensar ni de hablar; David, en cambio, pregunta con gran seguridad: ¿por qué aquel filisteo se atreve a desafiar a las huestes de Dios vivo (v. 26)? David sabe que el Señor protege a Israel. Para él es impensable valorar una batalla prescindiendo de Dios. Es realmente un hombre "según su corazón" (13,14). La pregunta, que parece ingenua, es en realidad un claro reproche a los hermanos y en última instancia al mismo Saúl. David sabe que el Señor está con su pueblo. Va adonde Saúl y le habla de su experiencia y de sus atributos (cfr. 16,18): ha protegido a su rebaño de un "león y un oso" y ha sido capaz de salvar a las ovejas de los animales que las habían atacado (v. 35). Iba a tratar a aquel filisteo como a uno de aquellos depredadores a los que había aniquilado sin miedo. Lo que más valor infunde a David es que aquel filisteo ha retado al "Dios vivo". En el texto solo David pronuncia el nombre de Dios. No duda de la ayuda de Dios. Saúl se convence, le contesta a David y también reúne el valor para pronunciar el nombre de Dios. Es como si David le hubiera dado a Saúl el valor y la fe para hablar nuevamente del Señor. Saúl quiere que David imite su conducta y se ponga la armadura para la guerra. Pero David se niega a ser como Saúl, como las naciones, o como el filisteo (v. 39b) y propone una alternativa radical: solo cinco piedras lisas (v. 40). Así es como se enfrentan: por una parte la fuerza militar y por la otra la debilidad, el gigante y el muchacho, aquel que confía en sí mismo y aquel que confía en Dios. David da fe de la fuerza de Dios y, con seguridad, le dice al gigante: "el Señor tiene previsto entregarte hoy mismo en mis manos" (v. 46). Y derrota al gigante con una sola piedra. Lo derriba y le corta la cabeza.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.