ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo del padre Christian de Chergé, prior del monasterio trapense de Nuestra Señora del Atlas de Tibéhirine (Argelia), que fue secuestrado y asesinado en 1996 por terroristas, junto a sus hermanos. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 21 de mayo

Recuerdo del padre Christian de Chergé, prior del monasterio trapense de Nuestra Señora del Atlas de Tibéhirine (Argelia), que fue secuestrado y asesinado en 1996 por terroristas, junto a sus hermanos.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 14,19-28

Vinieron entonces de Antioquía e Iconio algunos judíos y, habiendo persuadido a la gente, lapidaron a Pablo y le arrastraron fuera de la ciudad, dándole por muerto. Pero él se levantó y, rodeado de los discípulos, entró en la ciudad. Al día siguiente marchó con Bernabé a Derbe. Habiendo evangelizado aquella ciudad y conseguido bastantes discípulos, se volvieron a Listra, Iconio y Antioquía, confortando los ánimos de los discípulos, exhortándoles a perseverar en la fe y diciéndoles: «Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios.» Designaron presbíteros en cada Iglesia y después de hacer oración con ayunos, los encomendaron al Señor en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia; predicaron en Perge la Palabra y bajaron a Atalía. Allí se embarcaron para Antioquía, de donde habían partido encomendados a la gracia de Dios para la obra que habían realizado. A su llegada reunieron a la Iglesia y se pusieron a contar todo cuanto Dios había hecho juntamente con ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe. Y permanecieron no poco tiempo con los discípulos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La ola de oposición a la predicación del Evangelio no se detiene. Al contrario, parece que crece, y hace incluso que los enemigos de Pablo le lapiden. Tras caer bajo las piedras, todos piensan que Pablo está muerto y se alejan dejándolo bajo las piedras al borde del camino. Solo quedan los discípulos con él. Pablo, que había asistido a la lapidación de Esteban, ahora la sufre a manos de sus antiguos correligionarios. Quizás mientras sentía el dolor de las piedras que le golpeaban su mente volvió a Jerusalén, cuando lapidaban a Esteban y él guardaba la ropa de los lapidadores. El testimonio del primer mártir sin duda le alivió en aquella durísima y dolorosísima prueba. El apóstol, herido pero no muerto, rodeado por el consuelo de los discípulos, se pone en pie. Pero no huye. Al contrario, vuelve a la ciudad, y al día siguiente continúa su camino para anunciar el Evangelio en otro lugar. Esto podría dar la impresión de que Pablo celebra su heroísmo. En realidad, el único motivo que le sostiene es el amor por el Señor, que sitúa por encima de todo, incluso por encima de su propia vida. Es un ejemplo extraordinario también para nosotros hoy. Pablo nos recuerda que el amor, el amor evangélico, el de Jesús, pasa también por la cruz. Junto a Bernabé vuelve finalmente a Antioquía, desde donde habían salido, y con su enseñanza continúa haciendo que crezca y se fortalezca la comunidad. Pablo y Bernabé volvieron allí "de donde habían partido encomendados a la gracia de Dios" y junto a los hermanos y las hermanas de la comunidad se alegraron por todo lo que el Señor había hecho a través de su predicación.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.