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Liturgia del domingo
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 25 de septiembre

XXVI del tiempo ordinario


Primera Lectura

Amós 6,1.4-7

¡Ay de aquellos que se sienten seguros en Sión,
y de los confiados en la montaña de Samaria,
los notables de la capital de las naciones,
a los que acude la casa de Israel! Acostados en camas de marfil,
arrellanados en sus lechos,
comen corderos del rebaño
y becerros sacados del establo, canturrean al son del arpa,
se inventan, como David, instrumentos de música, beben vino en anchas copas,
con los mejores aceites se ungen,
mas no se afligen por el desastre de José. Por eso, ahora van a ir al cautiverio a la cabeza de los cautivos
y cesará la orgía de los sibaritas.

Salmo responsorial

Salmo 145 (146)

¡Alaba a Yahveh, alma mía!
A Yahveh, mientras viva, he de alabar,
mientras exista salmodiaré para mi Dios.

No pongáis vuestra confianza en príncipes,
en un hijo de hombre, que no puede salvar;

su soplo exhala, a su barro retorna,
y en ese día sus proyectos fenecen.

Feliz aquel que en el Dios de Jacob tiene su apoyo,
y su esperanza en Yahveh su Dios,

que hizo los cielos y la tierra,
el mar y cuanto en ellos hay;
que guarda por siempre lealtad,

hace justicia a los oprimidos,
da el pan a los hambrientos,
Yahveh suelta a los encadenados.

Yahveh abre los ojos a los ciegos,
Yahveh a los encorvados endereza,
Ama Yahveh a los justos,

Yahveh protege al forastero,
a la viuda y al huérfano sostiene.
mas el camino de los impíos tuerce;

Yahveh reina para siempre,
tu Dios, Sión, de edad en edad.

Segunda Lectura

Primera Timoteo 6,11-16

Tú, en cambio, hombre de Dios, huye de estas cosas; corre al alcance de la justicia, de la piedad, de la fe, de la caridad, de la paciencia en el sufrimiento, de la dulzura. Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado y de la que hiciste aquella solemne profesión delante de muchos testigos. Te recomiendo en la presencia de Dios que da vida a todas las cosas, y de Jesucristo, que ante Poncio Pilato rindió tan solemne testimonio, que conserves el mandato sin tacha ni culpa hasta la Manifestación de nuestro Señor Jesucristo, Manifestación que a su debido tiempo hará ostensible el Bienaventurado y único Soberano,
el Rey de los reyes y el Señor de los señores, el único que posee Inmortalidad,
que habita en una luz inaccesible,
a quien no ha visto ningún ser humano ni le puede ver.

A él el honor y el poder por siempre. Amén.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 16,19-31

«Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico... pero hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. «Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: "Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama." Pero Abraham le dijo: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros." «Replicó: "Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento." Díjole Abraham: "Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan." El dijo: "No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán." Le contestó: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite."»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

La parábola evangélica del pobre Lázaro hace pensar directamente en la crueldad de este mundo: son muchos, los que, vestidos de púrpura y lino, celebran espléndidas fiestas y no ven a los incontables pobres Lázaros echados y abandonados frente a sus puertas. La crueldad de estos parece aún más amarga que la del rico de la parábola. Es imposible pasar por alto las duras palabras del profeta Amós: "¡Ay de los que se sienten seguros en Sion... los que se acuestan en camas de marfil, arrellanados en sus lechos, los que comen corderos del rebaño... los que beben vino en anchas copas... pero no se afligen por el desastre de José". El evangelista no nos dice el nombre del rico, como para sugerir que la indiferencia es el nombre que tienen en común todos los egocentrismos confiados de este mundo. El papa Francisco, en Asís, en un encuentro con responsables de las religiones dijo: "la gran enfermedad de nuestro tiempo es la indiferencia. Es un virus que paraliza, que vuelve inerte e insensible, una enfermedad que ataca el centro mismo de la religiosidad, provocando un nuevo y triste paganismo: el paganismo de la indiferencia". Sí, la indiferencia de aquel rico, la indiferencia de muchos ricos de hoy es una señal del paganismo, de la presencia de la fuerza diabólica que destruye. La indiferencia es lo opuesto a Dios, que es amigo de los hombres, amigo de los pobres, defensor de los débiles, filántropo. Dios ignora al hombre rico, mientras que llama por su nombre al pobre cubierto de llagas que está frente a la puerta con la única compañía de los perros. Pero Dios se conmueve, va junto a Lázaro y lo salva.
La página evangélica sugiere que la indiferencia parece impedir que Dios supere el abismo que el hombre cava a su alrededor. Es una advertencia severa: aquel que construye su vida solo para él, en realidad construye su propio infierno.
Por otra parte está la advertencia del hombre rico que cayó en el reino de los tormentos. Es un grito que parece como una oración desesperada, de advertencia severa para sus otros hermanos. Se podría decir que aquel hombre finalmente se acordó de los demás. Y parece gritar con un exceso de falsa severidad. En todo caso es una invitación a no malgastar el tiempo de nuestra vida y a avanzar en la misericordia, a evitar crear abismos entre los hombres y a multiplicar los esfuerzos para colmarlos. Abrahán contesta al hombre rico preocupado: "Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan". No hay que hacer actos extraordinarios. Hemos recibido la Palabra de Dios. La tarea de los creyentes consiste en escucharla para convertir su corazón. Y la sabiduría de la Iglesia nos la repetirá el último día, cuando recibamos el último adiós antes de nuestro viaje hacia el cielo: "Al paraíso te lleven los ángeles. A tu llegada te reciban los mártires y junto con Lázaro, pobre en esta tierra, tengas el descanso eterno".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.